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Entonces algunos cristianos, codiciando el botín de los muertos, retrocedieron aquella noche, sin saberlo Carlomagno, hasta el campo de batalla en que yacían los cadáveres, y cargados con oro y plata y con diversos tesoros emprendieron el regreso hacia Carlomagno. Entonces Almanzor de Córdoba, que con otros sarracenos que habían huido de la batalla estaba escondido entre los montes, los mató a todos, y ni uno de ellos siquiera quedó. Y el número de los que fueron muertos casi llegaba a mil.
Estos, pues, representan un tipo de combatientes de Cristo. Pues así como ellos después que vencieron a sus enemigos volvieron junto a los cadáveres por codicia, y fueron muertos por los enemigos, de la misma manera algunos fieles que han vencido sus vicios y han recibido la absolución, no deben volver de nuevo a los cadáveres, esto es, a los vicios, no vayan a ser muertos con desdichado fin por los enemigos, es decir, por los demonios. Y así como aquellos que perdieron la vida presente y recibieron vergonzosa muerte al retroceder para expoliar a los otros, así también cualquier religioso que haya abandonado el siglo y se dedique luego a los negocios del mundo, perderá la vida celestial y se acarreará la muerte eterna.