Al día siguiente, pues, se le anunció a Carlomagno
que en Monjardín
(1) un príncipe de los navarros, llamado
Furre (2),
quería combatir contra él. Al llegar, pues, Carlomagno
a Monjardín, el príncipe aquel se dispuso a lidiar
contra él al día siguiente. En consecuencia, Carlomagno
la víspera de la batalla pidió a Dios que le mostrase aquellos de los suyos
que iban a morir en el combate. Al día siguiente, pues, armados ya los ejércitos
de Carlomagno, apareció en los hombros de los
que morirían, es decir, detrás sobre la loriga, la silueta en rojo de la cruz
del Señor. Y al verlos Carlomagno los escondió
en su tienda para que no muriesen en la batalla. "Cuan
incomprensibles son los juicios de Dios y cuán inescrutables sus caminos".
¿Pues qué más? Terminada la batalla y muerto Furre
con tres mil navarros y sarracenos, encontró Carlomagno
muertos a los que por precaución había escondido. Y casi era ciento cincuenta.
¡Oh bienaventurada tropa de luchadores de Cristo!, aunque la espada del perseguidor
no la segó, sin embargo no perdió la palma del martirio. Entonces Carlomagno
tomó el castillo de Monjardín y toda la tierra
Navarra.
(1) |
El texto latino
diece montem Garzini, que Bédier
identifica con el lugar de San Esteban de Monjardín,
a 7 kms. al Oeste de Estella,
entre esta ciudad y Los
Arcos.
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(2) |
Furre
es el Fouré de las gestas francesas,
sobre quien existió una chanson
hoy perdida.
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