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Corriendo el año mil ciento seis de la encarnación del Señor, a cierto caballero en tierras de Apulia se le hinchó la garganta como un odre lleno de aire. Y como no hallase en ningún medico remedio que le sanase, confiado en Santiago apóstol dijo que si pudiese hallar alguna concha (1) de las que suelen llevar consigo los peregrinos que regresan de Santiago y tocase con ella su garganta enferma, tendría remedio inmediato. Y habiéndole encontrado en casa cierto peregrino vecino suyo, tocó su garganta y sanó, y marchó luego al sepulcro del Apóstol en Galicia. Esto fue realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Honor y gloria al mismo Señor, Padre e Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Así sea.

(1)

Sobre estas conchas y sus nombres ver Libro V capítulo IX: Del paraíso de la ciudad.