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El bienaventurado Turpín, arzobispo de Reims, mártir de Cristo, viviendo en Viena poco tiempo después de la muerte del rey Carlomagno, aquejado por los dolores de sus heridas y trabajos descansó en el Señor con digna muerte y fue allí enterrado primeramente en cierta iglesia junto a la ciudad, más allá del Ródano, o sea hacia oriente. Y en nuestra época algunos de nuestros clérigos encontraron en un hermoso sarcófago su santísimo cuerpo revestido con las ropas episcopales y aún incorrupto con su propia piel y huesos; y desde aquella iglesia que estaba devastada, lo trajeron a la parte de acá del Ródano, a la misma ciudad, y lo enterraron en otra iglesia en donde ahora se venera. Ahora posee en el cielo la corona de victoria que con muchos trabajos adquirió en la tierra. Se ha de creer que los que en España recibieron el martirio por la fe de Cristo, son coronados merecidamente en el cielo. Y aunque Carlomagno y Turpín no recibieron la muerte en Roncesvalles junto con Roldán y Oliveros y con los demás mártires, sin embargo, no son desposeídos de la corona eterna de éstos, quienes, mientras vivieron, sintieron los dolores de las llagas, golpes y trabajos que recibieron con aquellos en el combate. "Si somos compañeros en la pasión - dice el Apóstol - también lo seremos en la consolación".
Rolando quiere decir rótulo de la ciencia, porque instruido en todas las ciencias aventajó a todos los reyes y príncipes. Oliveros significa héroe de la misericordia, porque fue clemente y misericordioso sobre todos; clemente en palabras, en obras y en la especie de su martirio, Carlos significa luz de la carne, porque sobrepasó en la claridad de todas las virtudes y ciencias a todos los reyes carnales después de Cristo. Turpín quiere decir muy pulcro o no torpe (1), porque nunca realizó obras o profirió palabras torpes, sino siempre honestas. El 16 de junio, es decir, el día en que desde este mundo ascendieron junto al Señor, debe celebrarse el oficio de difuntos, a saber: vísperas y misa de réquiem con las exequias y horas propias, no sólo por los guerreros de Carlomagno difuntos, sino también por todos los que desde el tiempo del mismo Carlomagno hasta hoy en día sufrieron el martirio por la fe de Cristo en España y en Tierra Santa. Qué y cuánto acostumbró a repartir Carlomagno a los pobres en sufragio del alma de aquellos el día de su pasión puede encontrarse leyendo más arriba.