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El evangelista San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, cuenta que el apóstol San Pedro en los días de la Pascua fue encarcelado por Herodes, cuando dice: "Eran, pues, los días de los ázimos, etc." y que Santiago fue muerto antes de la Pascua por el mismo Herodes, a saber, en tiempo del hambre que se predijo por el profeta Agabo (1) y que acaeció bajo el emperador romano Claudio. Dice, pues así: "Por aquel tiempo puso el rey Herodes sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia; mató, pues, por la espada a Santiago, hermano de Juan". Señala el tiempo del martirio de Santiago e incluso los personajes de la época, pero calla el día exacto. Y este día, aunque antes había sido desconocido de todos durante mucho tiempo, sin embargo le fue indicado a cierto fiel, conocido mío, en una visión espiritual. En la noche de la vigilia de la Anunciación de Santa María, le pareció que mientras Santiago era conducido a un palacio para ser juzgado en el consejo de Herodes, se produjo un gran altercado entre la plebe de los judíos y de los gentiles, porque decían unos que el piadoso apóstol no debía ser muerto, y otros afirmaban, por el contrario, que sí. Finalmente, juzgado por Herodes en inicuo juicio, es conducido por manos de los nefandos herodianos fuera de la ciudad, al lugar del martirio, atado con sogas al cuello, y degollado.
Y enseguida un personaje que parecía un prelado, llorándolo dolorosa y dulcemente, habló así de él a la plebe en el palacio real, diciendo: "Hacia la hora tercia fue juzgado y hacia la nona, como Cristo, fue muerto. Es decir, en igual día y hora que el Maestro, murió también el discípulo. Unos iban a sus negocios o a sus quehaceres; él en cambio, iba a su digno trabajo; esto es, a merecer la corona del martirio. Otros marchaban a comer y a beber, él iba a recibir el indefectible alimento de la vida eterna, que le había sido antes prometido por el Señor de esta manera: "Ciertamente beberéis mi cáliz"".
Pero primero San Jerónimo, en el martirologio que escribió para los santos obispos Cromacio y Heliodoro (2), dice que su muerte ha de celebrarse el día octavo de las calendas de agosto; después el bienaventurado Papa Alejandro (3) mandó celebrarla ese mismo día, cuando estableció también la festividad de San Pedro ad Vincula el día primero de agosto. Porque en este día ciertamente, como se dice en las historias romanas, el mismo papa guardó las cadenas de San Pedro, que mucho antes habían sido llevadas de Jerusalén a Roma por la emperatriz Eudoxia (4), en la basílica del propio santo, tras haberlas rociado con agua bendita y óleo santo, y ordenó celebrar en honor de San Pedro y en sustitución de ellas las solemnidades que, según su costumbre, celebraban antes los gentiles en honor de César Augusto, porque el mismo César había vencido en las calendas del mes sextil (5), es decir, el 1º de agosto, a Antonio y Cleopatra mordida por el áspid. Asimismo en tal día la hija de cierto príncipe romano llamado Quirino, por consejo del referido Papa, que estaba encarcelado por el mismo Quirinio, besó las cadenas de San Pedro y se curó de la grave enfermedad que padecía; y el santo papa salió de la cárcel, dándole satisfacciones el mismo Quirino. Finalmente, Beda el Venerable, elocuente doctor de la Santa Iglesia, corroboró que la muerte de Santiago debe celebrarse en dicho día, al escribir y decir en su Martirologio (6):
Julio se alegra llevando en las dos veces cuartas calendas a Santiago el hermano de Juan con su fiesta obligada.
Así, pues, padeció martirio el día 25 de marzo, el 25 de julio fue llevado desde Iria a Compostela y fue sepultado el 30 de diciembre. Porque la obra de su sepulcro duró desde el mes de agosto hasta el de diciembre.
Con razón, pues, la Santa Iglesia acostumbró a celebrar en los citados días las solemnidades de la muerte de Santiago y de San Pedro ad Vincula (7), pues si celebrase estas fiestas alrededor de Pascua, los establecidos oficios pascuales o cuaresmales del día que coincidieran aquellas solemnidades, se abandonarían sin razón. Muchas veces la Anunciación de la bienaventurada Virgen María, que debe celebrarse el día veinticinco de marzo, cayó entre el Domingo de Ramos y Pascua o en la semana de Resurrección y no pudo en modo alguno celebrarse del todo.
La fiesta de los milagros de Santiago, cual el del hombre que se había dado muerte a sí mismo y al que resucitó el santo apóstol, y los demás milagros que hizo, fiesta que suele celebrarse el día tres de octubre, la mandó piadosamente celebrar San Anselmo. Y Nos confirmamos esto mismo. Se dice que el famoso emperador hispano, Alfonso (8), digno de buena memoria, ordenó celebrar entre los gallegos, antes de ser corroborada por nuestra autoridad, la festividad de la traslación y elección de Santiago el día treinta de diciembre. Creía que la solemnidad de la traslación no era menos insigne que la de la muerte, puesto que en ella el pueblo gallego recibió con gran alegría el corporal consuelo del discípulo del Señor.
En esta fiesta, ciertamente, el venerable rey solía ofrecer durante la misa, según costumbre, sobre el venerado altar del Apóstol, doce marcas de plata y otros tantos talentos de oro (9), en honor de los doce apóstoles; y además solía dar a sus caballeros las pagas y las recompensas, y vestirlos con trajes y capas de seda; armaba caballeros a los escuderos, presentaba a los nuevos caballeros y convidaba a todos cuantos llegaban, tanto conocidos como desconocidos, con diversos manjares, y no cerraba a pobre alguno las puertas de su palacio, sino que solía advertir a sus pregoneros que convocasen con el sonido de sus clarines a todos para comer, con motivo de tan gran festividad.
El, pues, revestido con los atributos reales, rodeado por los escuadrones de caballeros y por los diferentes órdenes de adalides y condes, marchaba en este día en procesión alrededor de la basílica de Santiago con el ceremonial real de las fiestas.
El admirable cetro de plata del imperio hispano que el venerable rey llevaba en las manos, refulgía, incrustado de flores de oro, de labores diversas y de toda suerte de piedras preciosas. La diadema de oro, con la que el potentísimo rey se coronaba para honra del Apóstol, estaba decorada con flores esmaltadas y labores nieladas, con toda clase de piedras preciosas y con lucidísimas imágenes de animales y aves. La espada de doble filo, que era llevada desnuda delante del rey, brillaba con sus doradas flores y su resplandeciente leyenda, su pomo de oro y su cruz de plata.
Delante de él marchaba dignamente el obispo de Santiago vestido de pontifical, cubierto con la blanca mitra, calzado con doradas sandalias, adornado con su anillo de oro, puestos los blancos guantes y con el pontifical báculo de marfil, y rodeado por los demás obispos.
También el clero que ante él avanzaba iba adornado con venerables ornatos, pues las capas de seda con las que se revestían los setenta y dos canónigos compostelanos estaban admirablemente trabajadas con piedras preciosas y broches de plata, con flores de oro y magníficos flecos por todo alrededor. Unos se cubrían con damáticas de seda, que estaban adornadas desde los hombros hasta abajo con franjas bordadas de oro de maravillosa belleza. Otros se ataviaban además con collares de oro incrustados con toda clase de piedras preciosas y se adornaban lujosamente con bandas recamadas de oro, con riquísimas mitras, hermosas sandalias, áureos ceñidores, estolas bordadas en oro y manípulos recamados de perlas.
¿Qué más? Con toda suerte de piedras preciosas y con gran abundancia de oro y plata se adornaban exquisitamente los clérigos del coro. Unos llevaban en sus manos candelabros, otros incensarios de plata, éstos cruces doradas, aquellos paños tejidos de oro y tachonados de toda suerte de piedras preciosas; unos cajas llenas de reliquias de muchos santos, aquellos filacterias, otros, en fin, batutas de oro o marfil, a propósito para los cantores, y cuya extremidad embellecía un ónice, un berilo, un zafiro, un carbunclo, una esmeralda o cualquier otra piedra preciosa. Otros llevaban colocadas encima de unos carros de plata, dos mesas de plata sobredorada, en las cuales el devoto pueblo ponía cirios encendidos.
A éstos seguía el pueblo devoto, es decir, los caballeros, gobernadores, optimates, nobles, condes, ya nacionales, ya extranjeros, vestidos con trajes de gala. Los coros de venerables mujeres, vestidos con trajes de gala. Los coros de venerables mujeres que les seguían, se cubrían y adornaban con borceguíes dorados, con pieles de marta cebellina, armiño y zorro; con briales de seda, pellizas grises, mantos escarlata por fuera y variados por dentro, con lunetas de oro, collares, horquillas, brazaletes, pendientes en las orejas, cadenas, anillos, perlas, espejos, ceñidosres de oro, cintas de seda, velos, lazos, tocas; con trenzas sujetas por hilos de oro, y demás variedades de vestidos.