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Lección del Santo Evangelio según San Lucas. En aquel tiempo Jesús se dirigió resueltamente a Jerusalén y envió delante de sí como mensajeros suyos a Santiago y a Juan, etc.
Ssermón del santo papa Calixto sobre esta Lección. La gran solemnidad de hoy del Apóstol Santiago el de Zebedeo, patrón de Galicia, nos advierte, carísimos hermanos, que en estos días nuestra lengua no debe cesar en divinas palabras ni la mano en limosnas. Así, pues, la faz del Señor que se dirige a Jerusalén significa la gracia del Espíritu Santo, con la que Dios ilumina piadosamente a sus santos, que por su fe y sus obras van a la Jerusalén celestial. Pues como el hombre vuelve su rostro hacia donde mira, así Dios a los que mira les otorga su gracia. Esta faz del Señor llena de gracia deseaba ver un día el divino vate cuando decía: "Muéstranos, Señor, tu faz y seremos salvos". Nos mostró el Señor su faz cuando expuso ante todos la humana carne que tomó en la Virgen por nosotros. Entonces fue visto en la tierra y conversó con los hombres. Y como el Señor se dirigió resueltamente a Jerusalén, así debemos afirmar con fe y obras nuestra plena intención de ir a la Jerusalén celestial. Pero si queremos entender qué significa lo que había en la faz del Salvador, a saber: la boca, la nariz, los ojos; la boca, en la cual habla la lengua, representa a los predicadores de la Iglesia, por los cuales habla el Espíritu Santo según quiere. Por eso la misma Verdad dice en el Evangelio a sus discípulos: "No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo el que habla en vosotros". Y dice por medio del Salmista: "Abre tu boca y yo te la llenaré". Y en otra parte: "Oiré lo que me hable el Señor Dios". Con la nariz se indica la perseverancia en las buenas obras. Y bien se entiende representada por la nariz la perseverancia en el bien obrar, porque como por ella entra en el cuerpo humano todo olor delicado, así por la perseverancia en las buenas obras los fieles de Cristo son recibidos como un grato aroma en las celestiales moradas, donde se reúnen con el cuerpo del Señor, pues quien persevere hasta el fin se salvará. De éstos dice San Pablo como de un buen olor: "Somos para Dios buen olor de Cristo en todo lugar". Y dice el profeta: "Aspiró el Señor el suave olor y los bendijo". Pero en la flema que por la nariz sale del cuerpo están simbolizados los herejes, a quienes el Señor procura eliminar como flema de la comunión de su cuerpo y de su Iglesia. Por eso dice así por medio de San Juan al infiel: "Porque eres tibio, voy a vomitarte de mi boca". Y de éstos dice la voz del apóstol: "De nosotros salieron, pero no fueron de nosotros". Con los dos ojos del Salvador se expresan los dos preceptos de la caridad que debemos ejercitar, es decir, para con Dios y para con el prójimo. Y como el ojo contiene siete túnicas y tres humores, representa muy bien los siete dones espirituales y las tres personas de la Santísima Trinidad, con que el Señor llena los corazones de los que le sirven. La pupila del ojo simboliza principalmente a los apóstoles y predicadores de la verdad, de los cuales dice el Señor mismo: "Quien os toca, toca la niña de mis ojos". Y dice el Salmista: "Guárdame como a la niña de tus ojos". Que los ojos del Señor simbolizan los siete dones del Espíritu Santo, de los cuales llena a sus fieles, lo afirma San Juan en su Apocalipsis diciendo: "Vi un cordero como degollado que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra". Estos siete dones espirituales se comparan justamente con los cuernos, porque como el novillo o el carnero pegan y hieren con sus cuernos a los animales extraños y enemigos y los rechazan, así estos dones espolean los corazones de los justos a la penitencia y arrojan de ellos los pecados. Estos son aquellos cuernos de que en las solemnidades de los apóstoles canta muy bien la Iglesia de los fieles por medio del Salmista diciendo: "Se exaltará el poder (los cuernos) del justo". Se dice que se exalta el poder del justo, porque los apóstoles del Señor, justos y llenos de aquellos dones, son en la tierra honrados con milagros de Dios y exaltados sobre todos en el reino celestial, como lo afirma el Salmista en otro lugar diciendo: "Cuán honrados han sido tus amigos, ¡oh Dios!". Igualmente se comparan con los ojos estos dones espirituales, porque como los ojos alumbran al cuerpo y le guían por el sendero recto, así estos dones iluminan el alma y la llevan hasta el reino de los cielos. Estos son aquellos ojos segurísimos de los cuales dice el Salmista: "Los ojos del Señor están sobre los justos". Sobre los justos se dice que están los ojos del Señor, porque a quienes el Señor mira con misericordia los enriquece y conforta con aquellos siete dones. Estos siete ojos afirma Daniel que los vio el en una piedra, esto es, en Cristo, diciendo: "En una piedra vi siete ojos". Y a su vez de estos siete dones dice el profeta Isaías: "Agarrarán siete mujeres a un varón en aquel día". Siete mujeres agarraron a un varón, porque los siete dones espirituales llenaron al Hijo de Dios Padre. Dones que bellamente se comparan con mujeres, porque como la mujer nutre dulcemente al niño con sus pechos, así estos dones nutren diligentemente el cuerpo y el alma del justo. Porque ellos son las dulcísimas ubres que ha tenido en el pecho de su único cuerpo la madre Iglesia, de las que para todos nosotros mamó la leche de la divina palabra. Ubres de la Iglesia de las que ha dicho el Sabio: "Mejores son tus pechos que el vino, olorosos de ungüentos delicados". Y de nuevo dice el mismo Sabio en otra parte acerca de estos dones: "La sabiduría se ha edificado una casa, ha labrado siete columnas, ha inmolado sus víctimas, mezclado vino y preparado su mesa, y ha enviado a sus doncellas a invitar a la ciudadela y a las murallas de la ciudad". "La sabiduría se edificó una casa y erigió en ella siete columnas, porque el Hijo de Dios, que es la sabiduría del Padre, fundó su Iglesia y la embelleció con estos siete dones. Muy bien comparados con columnas están estos dones, porque como el palacio de un rey se apoya en columnas, así el justo en medio de las adversidades del mundo y prosperidades se guía por estos dones celestiales. La sabiduría inmoló sus víctimas, porque el Hijo de Dios suspendió por nosotros en la cruz la víctima de la salvación, o sea su cuerpo. También mezcló el vino la sabiduría, porque el Hijo de Dios vertió por nosotros en la cruz su propia sangre, con que lavó nuestras culpas. La sabiduría preparó su mesa porque el Unigénito de Dios dispuso en las iglesias su santo altar, donde la congregación de los fieles suele recibir el cuerpo y la sangre de Aquél para remisión de sus pecados. Envió la sabiduría a sus doncellas a invitar a la ciudadela y a las murallas de la ciudad, porque el Hijo de Dios envió por el mundo a sus apóstoles y doctores para que llamasen a las gentes no sólo a la verdadera ciudadela del reino de los cielos, sino también a las murallas de la ciudad, o sea a las celestiales virtudes del alma, a saber: a la fe, esperanza y caridad, humildad, obediencia y perseverancia". También dice de estos dones Isaías: "La luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días". Fue la luz del sol siete veces mayor, como la luz de siete días, porque Cristo nuestro Señor, que es la verdadera luz del Padre, brilló en el mundo en esta séptuple forma. Y a la manera que el sol con sus siete rayos alumbra al mundo, así el Unigénito de Dios Ilumina con estos siete dones a los justos. Y justamente se comparan con los días del año los siete dones del Espíritu Santo, porque como el año gira sobre siete días, así el justo abundando en estos dones celestiales avanza e virtud en virtud hasta las alturas del cielo. Este es séptimo año, en el que la antigua Ley ordena que el siervo hebreo sea libertado, diciendo: "Si comprares siervo hebreo, te servirá por seis años y al séptimo marchará libre gratis". Se manda que el siervo lo sea por seis años, porque el género humano desde el principio hasta Cristo sirvió a los demonios adorando a los ídolos, pero al séptimo, o sea en Cristo, se hace libre creyendo. Y bien se entiende el Hijo de Dios por el año séptimo, porque según el año séptimo se cumple con el número de siete años, así Cristo nuestro Señor está lleno con el número de los siete premios espirituales. Y de nuevo expone Isaías más claramente estos siete dones espirituales diciendo: "Y reposará sobre El –o sea sobre Cristo- el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y le llenará el espíritu de temor del Señor". Los siete caracteres de este Espíritu se llaman con razón dones y no lucros, porque se prodigan a los justos no a precio de dinero de la tierra, sino por gracia divina. Pues así dice el Señor a sus discípulos acerca de estos dones: "Gratis lo habéis recibido, dadlo a todos gratis". Muy bien dicho está que el Espíritu Santo, que trabajó en los pecadores para llamarlos de nuevo al camino de la verdad, descansó plenamente en Cristo al hallarle sin mancha de pecado. Descansó en El, porque a nadie encontró sin contagio de culpa fuera de El. Y como en los hombres malos se dice que el Espíritu Santo trabaja y sufre, rectamente afirma de El Isaías: "Detesta mi alma vuestras calendas y vuestras festividades; se me han hecho pesadas, he sufrido soportándolas". Y dice el Salmista: "El pecador irritó al Señor". Y que descansa en los buenos lo atestigua el propio Espíritu por medio del Sabio cuando dice: "En todos busqué descanso y moraré en la heredad del Señor". Y que el Unigénito de Dios es la heredad del Padre lo afirma el Salmista diciendo: "El Señor es la parte de mi heredad". Como si dijera el Sabio por la persona del Espíritu Santo: "Como busqué descanso en todos y no lo hallé, por eso en la heredad del Señor –o sea en Cristo- he hecho una parada tranquila". Por eso dice el mismo Señor por medio del profeta: "¿Sobre quién descansa mi espíritu, sino sobre el humilde, pacífico y temeroso de mis palabras?". De manera que cuando dice Isaías que sobre El descansará el Espíritu del Señor, pone de manifiesto la Trinidad y la unidad. Cuando dice sobre El, indica la persona de Cristo. Cuando habla del Espíritu, señala la persona del mismo Espíritu Santo. Cuando dice del Señor, indica la persona del Padre. Pero cuando afirma que reposará sobre El, es decir, sobre el Hijo de Dios, el Espíritu del Señor, enseña que la unidad de las personas está completa en Cristo. Porque es del mismo Cristo de quien dice San Pablo: "En el que habitó la plenitud de toda la divinidad corporalmente". Puede preguntarse por qué siendo uno solo el Espíritu del Señor nombra Isaías cinco veces al espíritu. Porque dice así: "Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría, espíritu de consejo, espíritu de ciencia, espíritu de temor". Mas no repite el profeta los espíritus porque sean muchos, sino porque siendo uno y el mismo Espíritu tiene muchos oficios. Pues como lo enseña la autoridad apostólica hay un solo Espíritu y una sola fe y un solo bautismo. Pero reúne en sí este único Espíritu toda la virtud de la sabiduría divina y además la virtud de toda la inteligencia divina e igualmente la virtud de todo el buen consejo y el poder de toda la fortaleza, de toda la ciencia, de la piedad y del temor. De nuevo puede preguntarse si este Espíritu lo recibió el Unigénito de Dios cuando en el Jordán se apareció sobre El en figura de paloma y se oyó la voz del Padre o si lo tuvo antes. Lo cual se resuelve así: El Hijo de Dios, que es siempre un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, nunca existe sin el Espíritu Santo que es el mismo Espíritu. Y no lo recibió entonces, sino que el Espíritu Santo se manifestó sobre El en figura de paloma para que las gentes al ver y oír esto creyesen en El, como dio testimonio el Padre cuando dijo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle". El cuerpo humano de Cristo recibió el Espíritu Santo cuando el Hijo de Dios, que antes de todos los siglos había sido engendrado inefablemente por el Padre, esto es, Dios verdadero procedente del verdadero Dios, luz de la luz, consustancial con el Padre, tomó cuerpo en la Virgen, como ya se lo anunció a ella el ángel diciéndole: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra". En el Jordán descendió el Espíritu Santo, que nunca se aparta del Padre y del Hijo, sobre Cristo, y en la Virgen descansó en El. Así, pues, el espíritu de sabiduría descansó plenamente en el Hijo de Dios cuando este mismo Hijo, en unión del Padre y del Espíritu Santo, creó con su inefable sabiduría los cielos y los ángeles para servirle, como dice el Salmista: "Hiciste todas las cosas sabiamente". El espíritu de entendimiento descansó en El cuando para cubrir el puesto de los ángeles perdidos hizo al hombre con su incomprensible inteligencia. Porque El entendió todo lo futuro y oculto, lo pasado y lo presente. En El descansó el espíritu de consejo cuando El, que es mensajero del gran consejo, tomó carne humana en la Virgen para llamar de nuevo al hombre perdido al reino de los cielos. Además es consejero de todos los bienes. En El descansó el espíritu de fortaleza cuando el mismo Unigénito de Dios, fuerte león de la tribu de Judá, raíz de David, venció al diablo con su inflexible poder por virtud de su santa cruz y lo arrojó del mundo diciendo: "Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera". De cuya fortaleza dice el Salmista: "Vistióse de poder el Señor y se ciñó de valor". Y en otro lugar: "¿Quién es ese rey de la gloria?". Y le responde el Espíritu Santo diciendo: "El Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso en el combate". Asimismo reposó en El el espíritu de fortaleza cuando despojó a los infiernos y resucitó vencedor de entre los muertos. El espíritu de ciencia descansó en El cuando supo ascender a los cielos de donde había descendido. Como dice el mismo Padre por boca del Salmista: "He resucitado y estoy aún contigo. Admirable se ha hecho tu ciencia por mi causa, se ha reforzado". De aquí que diga el profeta: "Lejos de vuestra boca la arrogancia, porque Dios de las ciencias es el Señor". Dios de las ciencias fue el Señor cuando proveyó a sus apóstoles de toda ciencia de las Escrituras y de todo género de lenguas. Y también se dice que descansa en El el espíritu de toda ciencia, porque se le tiene por maestro no sólo de las siete artes, sino también de la Ley antigua y de la nueva y aun de todas las cosas de la tierra y del cielo, como lo demostró El mismo cuando en la sinagoga abrió el libro de Isaías y comenzó a leer diciendo: "El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque El me ha ungido". Y decían admirados los judíos: "¿Cómo sabe de letras no habiendo estudiado?". Y afirma así el Salmista en su nombre: "He llegado a saber más que todos los que me enseñan". Y el Sabio admirando su ciencia: "¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia e Dios! ¡Qué incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!. Porque ¿quién conoció el pensamiento del Señor o quién fue su consejero?". El espíritu de piedad descansó en El, porque en el día de Pentecostés llenó a sus apóstoles de su inefable dulzura, amor, clemencia, mansedumbre, paciencia y santidad. Y también estaba lleno de espíritu de piedad cuando decía: "Al que viene a mí yo no le echaré fuera". Y aquello otro: "El que creyere y fuere bautizado se salvará". Y aquello a Pedro: "No te digo, Pedro, siete veces, sino hasta setenta veces siete". Grande e indecible clemencia nos demostró nuestro clementísimo Salvador cuando después de caer en el pecado nos concedió volver a recobrar la salvación por medio de los gemidos de la penitencia. El espíritu de temor le llenó, porque en el día del juicio final aparecerá el Señor manso para los justos y terrible para los injustos, y a su llegada no sólo temblarán los impíos, sino también los ángeles y arcángeles. Por eso dice el Salmista: "Témale toda la tierra".
Estos dones espirituales nadie dude de haberlos recibido de Dios en el bautismo. Así lo dice el Apóstol: "A cada uno de nosotros ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a las alturas, llevó cautiva a la cautividad, repartió dones a los hombres". Estos son aquellos premios del Señor, venerandos, sacrosantos, más altos que todos los demás, grandes e inefables, con que El enriqueció a los profetas y apóstoles y a todos los elegidos que fueron desde el principio del mundo hasta aquí, y con los que si por nuestras buenas obras fuéremos enriquecidos, seremos arrancados e los vicios, adornados de todas las virtudes, honrados en todas las cosas, inmunizados a los demonios, laureados en el reino celestial con una brillantísima corona. Todo el que cree, pues, que los cielos y los ángeles y los hombres fueron creados por Dios, y que por nosotros el Hijo de Dios nació, padeció, resucitó y subió a los cielos, si persevera en las buenas obras, posee sin duda estos dones espirituales.
Pero contra estos siete espirituales dones hay siete vicios que se oponen al hombre. Pues hay una sabiduría buena y otra mala, y un entendimiento bueno y otro malo, y un consejo bueno y otro malo, y una fortaleza buena y otra mala, y una ciencia buena y otra mala, y una piedad buena y otra mala, y un temor bueno y otro malo. De la buena sabiduría dice el Sabio: "Toda sabiduría viene del Señor". Y de la mala dice el Apóstol: "La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios". Y el profeta: "Son sabios para hacer el mal, pero no saben hacer el bien". Y otra vez dice el Señor por el profeta: "Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudentes". Por eso todo el que considera con toda su alma los misterios celestiales y medita cómo gradar a Dios en todas las cosas, posee sin duda la verdadera sabiduría. Pero el que piensa en lo que no debe pensarse, es decir, en hacer mal, éste lleva en sí la sabiduría mala. A su vez del buen entendimiento dice el Salmista: "Bienaventurado el que piensa en el necesitado y en el pobre". Y en otro lugar dice el mismo del entendimiento malo: "El impío no se cuida de ser cuerdo y obrar bien; en su lecho maquina iniquidades, emprende caminos no buenos y no aborrece el mal". Así, pues, cuando uno lleva a cabo con sus obras el bien que comprende con su mente, posee sin duda buen entendimiento. Mas el que realiza con sus obras el mal que con su mente concibe, éste incurre en el pecado de entendimiento malo. También acerca el buen consejo se dice por el Salmista: "En el consejo y congregación de los santos grandes son las obras del Señor". Y del mal consejo dice el mismo: "Bienaventurado el varón que no anda en consejo de impíos". Y en otra parte: "El Señor anula l consejo e las gentes". Por tanto, quien procure consagrarse a las buenas obras y a que sus prójimos se corrijan de sus malas acciones y se ejercitan en las buenas, éste posee sin duda espíritu de buen consejo. Y el que busca la manera de que su prójimo o él mismo obren mal, éste ha caído en espíritu de consejo maligno. A su vez de la buena fortaleza ha dicho el Sabio: "Fuerte es el amor como la muerte". Porque como la muerte separa el alma del cuerpo, así el amor divino aparta al hombre de los vicios del mundo y lo une a Dios. De la mala fortaleza ha dicho en cambio el profeta Job: "Su fuerza están en sus lomos y su vigor en el centro de su vientre". Así, pues, todo el que se mantiene firme contra los vicios de la carne y paciente frente a todas las adversidades, está en verdad lleno de espíritu de buena fortaleza. Mas el que persiste en un lenguaje depravado o en la rapacidad o en el hurto o en la embriaguez o en el juicio torcido o en el homicidio o en otras malas acciones, está lleno de espíritu de fortaleza mala. Asimismo de la buena ciencia dice el Apóstol: "En ciencia, en longanimidad, en suavidad, en el Espíritu Santo conviene servir a Dios". Y de ciencia mala estaban llenos aquellos que dijeron a Dios, según en el libro e Job está escrito: "Apártate lejos de nosotros, no queremos saber de tus caminos". Quien, pues, conoce los mandatos del Señor y los cumple en sus obras, éste tiene sin duda espíritu de buena ciencia. Pero el que los conoce y rehúsa el cumplirlos, éste tiene lleno de ciencia mala su corazón, como dice la Escritura: "Al que sabe hacer el bien y no lo hace se le imputa a pecado". Pues el siervo que conoce la voluntad de su Señor y no la cumple será azotado. Y es mejor no conocer el camino de la verdad que apartarse de él después de conocerlo. Espíritu de buena piedad tenía San Pablo cuando decía piadosamente por compasión al prójimo: "¿Quién desfallece que no desfallezca yo?". Por el espíritu de falsa piedad fue vencido Helí, que no quiso castigar a sus hijos delincuentes con la vara de la justicia. Por eso ante el severo Juez se atrajo sobre sí mismo y sus hijos una terrible condena. Pues los hijos de Helí, Ofni y Finees, quitaban por la fuerza carne cruda de los sacrificios y la comían, y dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo. Por tal pecado fueron muertos en lucha con los filisteos y el arca del Señor fue apresada, y Helí al oírlo cayó de la silla en que estaba sentado hacia atrás y murió desnucado. Así, pues, todo el que ayuda cuanto puede a sus prójimos en todas sus necesidades, está lleno de espíritu de buena piedad. Mas el prelado de la Iglesia o el juez que no quiere aplicar la vara de la justicia a sus súbditos culpables, ganado por dinero o por afecto hacia ellos, éste en verdad se mueve por espíritu de piedad falsa. Asimismo acerca del buen temor dijo el Sabio: "Quien teme a Dios obrará bien". Y del mal temor dice el Apóstol: "No los temáis, antes glorificad a Cristo en vuestros corazones". Y el Señor dice en el Evangelio: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no la pueden matar". Por tanto, quien teme a Dios de modo que persevera en el bien obrar, está lleno de espíritu de buen temor y en la vida futura se salvará, como lo dice el Sabio: "Al que tema a Dios le irá bien en sus postrimerías, y el día de su fin hallará gracia". Mas el que teme a los impíos hasta apartarse de la fe o del bien obrar, se deja en vano dominar por el espíritu del temor inútil.
Como siete son estos premios o dones, siete salmos especiales suelen cantar en penitencia los justos contra los siete reprobables vicios. Estos siete dones espirituales se asemejan a las siete peticiones de la oración dominical. Pues dice así el Señor en el Evangelio de San Mateo: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre". A esta primera petición se asemeja el espíritu de buena sabiduría, porque todo el que reconoce que tiene a Dios por Padre en el cielo y pide que este nombre que recibió él en el bautismo sea santificado por sus buenas obras, está extraordinariamente lleno del espíritu de sabiduría divina. "Venga a nos el tu reino". Con esta segunda petición es bien comparable el espíritu de entendimiento, porque quien cree y espera que ha de reinar después de la resurrección de los muertos en el eterno reino de Dios, está lleno de espíritu de entendimiento divino. "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". Muy bien se compara con esta tercera petición el espíritu de buen consejo, pues entre la voluntad del Señor y su consejo o intención no hay diferencia alguna. Y todo el que pide que así como la voluntad del Señor se hace en el cielo entre los ángeles buenos se haga también entre los hombres en la tierra, está admirablemente lleno de espíritu de consejo divino. "El pan nuestro de cada día dánosle hoy". A esta cuarta petición se parece mucho el espíritu de divina fortaleza, porque como el pan corporal fortifica el cuerpo, así el pan del Espíritu Santo confirma en las buenas obras al hombre que obra bien, con su indefectible virtud, y le da fuerza contra las debilidades de la carne. Y el que contra las debilidades de la carne se mantiene fuerte, será saciado con el celeste pan de la vida eterna. "Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Con esta quinta petición, o sea con el perdón de los pecados, tiene plena semejanza el espíritu de la ciencia, pues así como sabemos perdonar a los que pecan contra nosotros, por el mismo saber creemos que a nosotros también se nos perdonará. Bien a sabiendas obra el que perdona a los que pecan contra él para que Dios le perdone. "Y no nos dejes caer en la tentación". A esta sexta petición se compara exactamente el espíritu de piedad, porque a quien el Señor guarda de las tentaciones de la carne y del demonio le mira compasivamente con los ojos de su piedad. Por esto debemos rogar a Dios que nos libre de toda tentación con su inefable clemencia para que le sirvamos siempre alegres y desembarazados de todos los peligros. "Mas líbranos de mal". Con esta séptima petición es bien comparable el espíritu de temor, porque el temor de Dios y la libertad de penitencia son dos compañeros parecidos que conducen al hombre derechamente al reino celestial. Pues el espíritu de temor lleva al hombre a la libertad de penitencia y esta libertad le coloca en los reinos celestiales. Por tanto, pues, el hombre que compungido de temor de Dios reprime sus vicios, consigue liberarse de todos los males. Y por esto debemos implorar a Dios que nos llene de dichos siete dones celestiales y con ellos nos libre de todo mal.
Adecuadamente continúa: "Y envió el Señor delante de sí como mensajeros suyos a Santiago y a Juan". Los dos mensajeros que envió el Señor aluden a la doble caridad o amor que debemos ejercitar, a saber: para con Dios y el prójimo, y representan los dos coros de predicadores que el Señor envió a los judíos, es decir, a los apóstoles y a los profetas. De los cuales dice San Pablo: "Y el propio Señor dio a unos ser apóstoles y a otros profetas". Mas con todos ellos no se convirtieron los judíos, como lo afirman la antigua Ley y el Apóstol diciendo: "Porque en lenguas extrañas y con labios extranjeros hablaré a este pueblo y ni así me escucharán, dice el Señor". Pues habla así el Señor por Isaías: "En una lengua extranjera hablará a este pueblo". Y agrega poco después, porque no quisieron oír: "Y ahora les dirá el Señor: Manda remanda, manda remanda, espera reespera, espera reespera, un poco aquí, un poco allí, para que anden y caigan de espaldas y queden quebrantados y cogidos en el lazo y presos". Al decir cuatro veces manda y otras tantas espera y dos un poco indica las cuatro clases de mensajeros, a saber: Moisés el legislador, los profetas, el propio Hijo de Dios y los apóstoles, que envió el Señor a los judíos en los dos tiempos, de una y otra Ley, representados por el doble un poco, para que se apartasen de sus errores y entrasen en la fe, y ni aún con todos ellos se convirtieron. Lo de "para que anden y caigan de espaldas y queden quebrantados y cogidos en el lazo y presos", anuncia la confusión que caería sobre ellos, pues si persistían en su áspera infidelidad, no sólo serían cogidos en los lazos de sus impiedades, sino también en las llamas infernales. También el decir dos veces un poco puede entenderse moralmente por los dos tiempos, de la juventud y de la vejez, en los cuales si el hombre miserable no quiere retirarse de sus fechorías, poco es sin duda lo que en esta mísera vida permanece, pero demasiado largo lo que en los tormentos sin término del tártaro ha de estar enredado y presos.
"Y caminando entraron en una ciudad de los samaritanos para pararse allí. Y no le recibieron, porque tenía cara de dirigirse a Jerusalén". Los samaritanos, que se traducen por guardianes y que no quisieron recibir a los apóstoles, representan a los judíos a quienes dio el Señor la Ley para guardarla, mas no quisieron ni observar la Ley ni recibir la gracia del bautismo. Por eso les dijeron los apóstoles: "A vosotros os habíamos de decir primero la palabra de Dios; mas puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles". Y esto es lo que se dice en el último versículo: "Y se fueron a otra aldea". Esta otra aldea donde son recibidos los discípulos alude al pueblo de los gentiles, que acogieron la palabra de Dios al rechazarla los judíos. Así, pues, la gracia que los judíos repugnaron la recibieron los gentiles, porque así fue un día predestinado por el Señor. Pues no se salvará el pueblo hebreo hasta que no se haya salvado la gentilidad, como lo afirma la autoridad profética y apostólica, que dice: "Cuando haya entrado la plenitud de las naciones, entonces todo Israel se salvará". Sin embargo, se manda predicar el Evangelio a los judíos para que no tuviesen excusa de su culpa si no creían en el.
Viendo esto sus discípulos Santiago y Juan dijeron: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que los consuma, como hizo Elías?". Las palabras "como hizo Elías" no aparecen en muchos códices; pero en los que se encuentran, mejor es que estén y no que falten, porque las de San Lucas en su Evangelio y de aquí las tomó Teófilo, Obispo de Antioquia, que copió primeramente los cuatro evangelios en un solo volumen. Pues en los libros de los Reyes se cuenta que en tiempo del profeta Elías "cayó Ocozías, Rey de Israel, por una ventana del piso superior de su casa en Samaria y enfermó, y envió mensajeros, diciéndoles: Id a consultar a Bel Zebud, dios de Acarón, si podré curar de esta enfermedad". Elías, enviado en seguida por el Señor, les salió al encuentro y les dijo: "Volved atrás, porque el rey morirá". Y subió Elías a la montaña. Luego que supo el rey que estaba en la montaña Elías "envió a él un quincuagenario con sus cincuenta hombres". Estos le dijeron en tono soberbio: "Hombre de Dios, el rey ha mandado que bajes". Y respondió él: "Si soy hombre de Dios, que baje fuego del cielo y os abrase". Y al instante fueron consumidos por el fuego. Del mismo modo fueron enviados luego otros cincuenta y también fueron consumidos. Nuevamente se le enviaron otros cincuenta, y habiéndole rogado que viniera, en tono humilde y de rodillas, le trajeron consigo al rey. Y dijo el rey Elías: "Así dice el Señor: Por haber mandado mensajeros a consultar a Bel Zebud, dios de Acarón, como si no hubiera en Israel Dios o profeta a quien poder consultar, no bajarás del lecho a que has subido, pues morirás. Y murió el rey según la palabra del Señor" y de Elías. Y esto es lo que dijeron al Señor los discípulos, que los samaritanos fuesen abrasados por el fuego, como abrasó Elías a los mensajeros de dicho rey con una hoguera del cielo. Pues si se quiere entender esto alegóricamente, en el rey que por la palabra de Dios y de Elías, pero mereciéndolo, fue aniquilado con sus quincuagenarios, debe entenderse el Anticristo, que con la venida del Señor y de Elías al fin de este mundo será aniquilado con sus secuaces por el Espíritu del Señor. Así se dice por el profeta: "Y con el aliento de sus labios matará al impío". Y el Apóstol lo afirma así diciendo: "Y le destruirá el Señor con la manifestación de su venida". A su vez el pedir los apóstoles al Señor que bajase fuego del cielo y abrasase a los samaritanos que no se dignaron recibirlos, alude a ciertos predicadores insensatos que injustamente excomulgan y maldicen a quienes no quieren acogerlos. Porque no puede dar fruto la tierra si no se le diere de arriba el rocío que dulcifique su aridez, dureza y amargor. Y por eso el altísimo Dispensador de la gracia debe rogarse, no que consuma con su ira a los que desprecian la divina palabra, sino que derrame sobre ellos desde arriba la gracia del arrepentimiento.
Así se pone de manifiesto en lo que sigue, donde se dice: "Y volviéndose Jesús les reprendió diciendo: No sabéis de qué espíritu sois". La reprensión del Señor, con la que censura la ignorancia de los apóstoles, significa la austeridad de la Sagrada Escritura, con la que los maestros y doctores de la Santa Iglesia tienen que corregir a veces a los necios que hablan mal y obran peor y que no saben si pertenecen al espíritu maligno o al espíritu del bien. "Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder las almas, sino salvarlas". El Unigénito de Dios se llama Hijo del hombre, no porque fuese procreado por varón, sino porque tomó carne humana en la Virgen, la cual descendía de semilla humana. Y El no vino a perder las almas, sino a salvarlas, pues quiere, como dice el Apóstol, "que todos los hombres sean salvados y vengan al conocimiento de la verdad", ni quiere que perezca nadie, pues también dijo que mejor quería la vida del pecador que la muerte.
"Y se fueron los discípulos a otra aldea". Que los discípulos mal recibidos por los samaritanos se marchasen a otra aldea, alude a los predicadores de la Iglesia, quienes si por acaso fueren excluidos del lugar donde desean predicar deben ir a otra parte.
Así, pues, que Santiago, apóstol del Señor, cuyas fiestas celebramos estos días, se digne pedir continuamente a su Divina Majestad por la salvación de todos nosotros, para que nuestro Señor Jesucristo, que dirigió resueltamente a Jerusalén su hermosísima y venerable faz y reprendió al instante la severidad de sus discípulos Santiago y Juan, inculcándoles los divinos mandamientos, y que dijo haber venido a salvar las almas y no a perderlas, nos confirme en las buenas obras, retire de nosotros la aspereza de nuestras culpas, nos llene de enseñanzas celestiales y salve nuestras almas, a fin de que en la Jerusalén celestial merezcamos ver felizmente, llevados de Santiago, la faz llena de gracia del que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Amén.