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Con alegría espiritual, alegrémonos en el Señor, dilectísimos hermanos, en este santo día del muy excelso apóstol Santiago el de Zebedeo, patrón de Galicia, al que se condolió Cristo en su pasión como el amigo, haciéndole ver la aflicción de su carne y diciéndole: "Triste está mi alma para la muerte", sino "hasta la muerte". Hasta la muerte estuvo triste, porque quien recibió cuerpo humano debió sufrir todo lo que es propio del cuerpo: pasar hambre y sed, angustiarse, contristarse. Aunque su divinidad no se alterase por estos sufrimientos. Mas no estuvo triste en la muerte, porque El, que vino voluntariamente del seno del Padre para redimir, vestido de carne, al género humano, sufrió de buena gana por nosotros en el leño de la cruz. Por esto dice Isaías: "Se ofreció porque El mismo quiso" y "El mismo cargó con nuestros dolores". Pero debe también observarse que está escrito que el Señor tuvo la última comida después de su resurrección junto al mar de Tiberíades con Santiago, por el extremado amor con que le distinguía, hallándose con él Pedro y Tomás, Natanael y Juan, y otros dos. ¡Oh varón realmente dichoso y grato a Dios, a quien el venerable Salvador tuvo a bien conceder la inmensa gracia de comer con él la vez última!. Porque ¿qué significa, pues, que el Señor celebrase su última comida con siete servidores, sino el anuncio de que sólo aquellos que estén llenos del espíritu de la gracia septiforme han de estar con El en la eterna refección?. Dejemos, por tanto, cada uno de nosotros de hacer el mal y hagamos el bien para que podamos tener la gracia del Espíritu Santo y tomar parte en la eterna refección con el Señor. Pues "si alguno no tiene el Espíritu de Dios, ése no es de El". Finalmente, cuando después de la venida del Espíritu Santo el apóstol de Cristo Santiago predicaba en Judea la palabra de Dios y daba testimonio de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, obrando muchos prodigios y milagros, convirtió a la fe a innumerables muchedumbres. Continuando, pues, y evangelizando a todas las gentes con la palabra de la salvación, no hay quien pueda decir cuántos millares de gentiles se convirtieron entonces a Cristo. Pero también devolvía la vista a los ciegos, el andar a los cojos, el oído a los sordos, el habla a los mudos, la vida a los muertos, de toda clase de enfermedades curaba a las gentes para alabanza y gloria de Cristo, y encendía interiormente los corazones secos de todos los paganos con el ardor de la palabra divina, siguiendo las advertencias de su Maestro, que dijo: "Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, arrojad a los demonios". Y en otro lugar: "El que cree en Mí, ese hará también las obras que yo hago y las hará mayores que éstas", porque no con medicamentos, ya electuarios(1), o preparaciones, o jarabes, o emplastos varios, o pociones, o soluciones, o vomitivos, o demás antídotos de los médicos, sino con la gracia divina de costumbre que de Dios impetraba, restituyó enteramente la salud el clementísimo Apóstol a muchos enfermos, a saber, leprosos, frenéticos, nefríticos, maniáticos, sarnosos, paralíticos, artríticos, escotomáticos, flegmáticos, coléricos, posesos, extraviados, temblorosos, cefalálgicos, hemicránicos, gotosos, estranguriosos, disuriosos, febricitantes, caniculosos, hepáticos, fistulosos, tísicos, disentéricos, mordidos por serpientes, ictéricos, lunáticos, estomáticos, reumáticos, dementes, enfermos de flujo, albuginosos y de muchas traidoras enfermedades(2). Y no les recetó una gera fortísima, o una trífera(3) alejandrina o sarracena o magna, o una gerapliega o gera rufina o paulina, o un apostólico, geralogodio o adriano, o poción alguna, sino que les infundió la gracia divina enviada de arriba. Porque ningún daño pudo hacer la melancolía, o el cólera rojo, o el cólera negro, o la flema, o la sangre donde estuvo presente su poderosísima virtud. Mas socorrió éste al género humano con su saludable ciencia de medicina divina, que Hipócrates(4), o Dioscórides, o Galeno o Macro, o Vindiciano, o Sereno, o Tulio, o los demás médicos con la práctica del arte de curar. Porque Hipócrates y sus seguidores sólo han aprovechado al cuerpo humano mientras que este ha servido para el cuerpo y para el alma por virtud divina. Ninguna pluma puede describir cuántas maravillas y cuántos prodigios y milagros mostró Cristo a las gentes por medio de él. Poco tiempo vivió después de la pasión de Cristo, pero conquistó a mucha gente. Porque era hermosísima figura, de aspecto distinguido, alto de estatura, casto de cuerpo, devoto de espíritu, de apariencia amable, lleno de prudencia, preclaro en templanza, firme en fortaleza interior, constante en longanimidad, fuerte en paciencia, manso en humildad, solícito en caridad, magnánimo en esperanza, sobrio en las vigilias, asiduo en la oración, benigno en la doctrina, veracísimo en su palabra, cauto en la expresión, prudentísimo en el consejo y no encadenado por ningún grillo del mundo. Era liberal en dar a los necesitados, pronto en servir a los siervos de Dios, fortísimo en las adversidades a la manera de la mostaza, firmísimo en la tentación, amabilísimo en la hospitalidad, sereno entre los insultos, bienhechor entre los odios. No podía, pues, el enemigo del género humano hallar en él cosa que engañar con su malicia o que ofuscar con su disimulo. Pero ¿a qué extenderme más?. En toda su actividad, como lucero que resplandece entre las estrellas, lucía a modo de magna lámpara. Porque el Rey de los reyes, Cristo, había escogido por soldado a éste a quien había dirigido como mansísimo cordero contra ferocísimas legiones de bestias. "He aquí –dijo- que yo os envío como corderos en medio de lobos". Y así el varón de Dios, valeroso en el Espíritu Santo, guerrero animosísimo, soldado de ley, egregio abanderado, protegido con el escudo de la fe, revestido de la loriga de la justicia, ceñido valientemente con la espada de la palabra de Dios, cubierto con el yelmo de la salvación, calzado con la preparación del evangelio de la paz, salió a combate público contra el antiguo enemigo, quebrantó todas sus malvadas armas y debeló las potestades del aire y arrancó de las manos de la muerte, por la virtud de Cristo, a los hombres creados por Dios, y, vencido por el enemigo, trajo despojos a la Iglesia de Cristo. Fue tan temible para el enemigo del género humano como necesario para éste, ya que no sólo buscó su salvación, sino la de muchos. Por eso es digno de ser alabado en Cristo por boca de muchos el que de muchos fue redentor por Cristo. Y no es tan importante narrar los milagros que hizo como conocer la virtud de sus milagros, con la que en sus días ganó mucha gente para el reino celestial. ¡Oh venerable apóstol de Cristo, varón admirable, abundoso de piedad, rebosante de misericordia, excelso en caridad!. Este es el verdadero cultivador de Dios, que plantó con su sangre la Iglesia de Cristo, la adornó con su gran humildad, la cultivó con verdadera caridad, la amplió con la predicación de su palabra, la regó con el celeste rocío de la eterna salvación. De aquí que la divina clemencia produjese, gracias a su riesgo, grandes cosechas de fe entre los pueblos. Mas no sólo en la región de Jerusalén brilló esplendoroso por las luces de su predicación o las obras e su piedad, sino que también como el lucero atravesando las llanuras marinas del Océano, cual pregonero de la luz del día, con su salida ahuyenta las sombras de la noche, así su fama iluminaba las naciones y países extranjeros, corriendo de acá para allá la gracia de sus milagros; tanto que por todo el orbe ha avanzado su gloria hasta el día de hoy. De sus virtudes y predicaciones cantó así San Fortunato, poeta distinguido, confesor de Cristo y obispo:
1. Extendióse la voz por todo el orbe,
del compañero del Señor: no queda
lugar donde se niegue su alta gloria.2. Noble de antiguo tronco descendiente
pero más noble con razón en Cristo.3. Rica luz, cima augusta, santo ornato,
en cuyo elogio todo honor milita.4. Fuente de raza, guarda de la patria,
del pueblo educador y de elocuencia
río, fuente de sal, agua habladora.5. Conservó para Dios inmaculados
sus miembros con pudor y por sus méritos
la fe le levantó hasta las estrellas.6. La paciencia en su pecho dominaba
y era tanto oleaje ancla su seso.7. Hombre sin hiel y de alma placentera
y saturado de dulzor, no sabe
devolver las ofensas irritado.8. Dulce en su trato, amable en su gobierno,
en su sentir la ira no cabía.9. Supo vencer con su paciente pecho
las pasiones de otro y gravemente
soportó lo que hirió la ligereza10. Cultivaba los templos, recreaba
con su canto a las gentes, fue remedio
seguro a las heridas de la patria.11. Deseaba librarse de los lazos
de la cárcel del cuerpo para unirse
más lleno al Señor, aunque era hombre.12. Muchos milagros en el mundo obraba,
así fue el preferido de las gentes.13. Predicaba y milagros añadía,
siguiendo así la obra a la palabra.14. Aquí enseña a gentiles, allí increpa
a los judíos y la fe sembrando
va por el orbe, y Dios recoge el fruto.15. En las ramas de la herejía injerta
gérmenes píos de la fe, y lo que era
acebuche, rebrota pingüe olivo.16. El árbol seco y deshojado nuevas
galas ostenta que su fruta anuncian.17. La triste higuera destinada al fuego
sin esperanza, su seno prepara
a dar fruto, de abono bien nutrida.18. La uva hinchada en el pámpano, que pasto
sería de los pájaros, con este
guardián el buen lagar no ha de perderla.19. Viñador en las viñas apostólicas
puso en forma los liños, removiendo
la tierra con la azada y recortando
los sarmientos con hábil podadera.20. Del campo del Señor la vid silvestre
y estéril extirpó, y se ven ahora
racimos en lo que antes fue matojo.21. Del sembrado de Dios la vil cizaña,
y por igual la mies lozana crece.22. Con afán de pastor que sus rediles
recorre por si el lobo a las ovejas
entrase, con amor guarda el rebaño.23. A la oveja en los montes extraviada
la trae con sus manos a los pastos
de Cristo, que el error no la devore.24. Su voz de fuente de salud brotando
la sal ofrece al pueblo con su boca,
para que beba fe con el oído.25. Daños al enemigo y píos votos
al Señor procuró, y devuelve dobles
los talentos que se le confiaron.26. Santo obrero que espera la divina
voz que le diga: "Buen siervo, adelante,27 me has sido fiel al frente de lo poco,
de mucho al frente ahora he de ponerte.28. Entra, alegre en la gloria de tu dueño,
que, por breve labor, larga te espera".Describiendo el Sabio su enorme bondad dijo entre otras cosas: "Servirá en medio de los grandes y se presentará ante el soberano y pasará a la tierra de naciones extrañas. Probará, pues, lo bueno y lo malo en todos". En medio de los grandes sirvió Santiago al suministrar a los corazones de reyes y príncipes los saludables alimentos de la vida eterna con su predicación. Se presentó ante el soberano al predicar intrépido ante el rey Herodes la palabra de Dios. Pasó a la tierra de naciones extrañas cuando desde Jerusalén hasta Galicia divulgó el nombre del Señor. Probó en todos lo bueno y lo malo, porque sembró la doctrina evangélica en el pueblo judío y entre los paganos, y destruyó la herética perversidad. Porque así se lo ordenó el Señor por el profeta Isaías, diciendo: "Te he puesto para luz de las gentes para que sirvas de salvación hasta el extremo de la tierra". Para luz de las gentes puso el Señor al apóstol Santiago, cuando expulsadas las tinieblas de los pecados, trajo a las gentes con su predicación a la luz de la verdadera fe. Fue salvación hasta el extremo de la tierra, porque dio a conocer con su palabra hasta en las últimas islas del mar a Aquél que es su salvación de todo el mundo. Pues así lo prometió el Señor un día a las gentes diciendo por medio del profeta Joel: "Regocijaos y alegraos, hijas de Sión, en el Señor vuestro Dios, porque os ha dado un doctor de la justicia y hará descender para vosotras la lluvia matutina y la vespertina como en el principio". Se regocijan en el Señor las hijas de Sión cuando las almas e los bautizados, que son las hijas de Sión, o sea de la Santa Iglesia, se alegran en Cristo por medio de las buenas obras y de las divinas meditaciones. Santiago fue dado a las hijas de Sión como doctor de la justicia, porque con su divina palabra abrió a los hijos de la Iglesia el camino de la fe justa, por el que irían al reino de los cielos. Hizo descender para ellas un saludable rocío matutino, porque la gracia de Dios bajó al Espíritu a su voz en la predicación, para inflamar a los oyentes. Rocío matinal llama el profeta al Espíritu Santo, porque como el rocío por las mañanas humedece la tierra para que no dañe a las semillas el excesivo calor del sol, así el Espíritu Santo protege las mentes de los que oyen la palabra de Dios, para que no destruyan las semillas de la palabra divina la tentación del demonio y la cálida diversidad de vicios. Rocío vespertino llama el profeta al Espíritu del Señor, porque como el rocío de la tarde cae sobre la tierra cultivada y fructifica en los buenos. Pues el mismo Señor dice en otra parte por el profeta: "¿Sobre quién descansa mi espíritu, si no sobre el humilde y pacífico y temeroso de mis palabras?". Principio llama el profeta a Dios Padre, porque en El todas las cosas tuvieron comienzo y recibirán fin. "Yo soy el principio –dice El mismo- que os hablo a vosotros". Por tanto, Santiago hizo descender para las hijas de Sión el rocío en el principio, porque mostró predicando a los hijos de la Iglesia que el Espíritu Santo está en el Padre y el Hijo. Y cumplió aquello que dice Isaías: "Puso el Señor mi boca como cortante espada". Espada cortante fue el Apóstol, porque como una espada de dos filos corta veloz a diestro y siniestro, así dividió él a los buenos para salvarse a la diestra del juez que ha de venir, de los malos que irán a la izquierda para ser condenados. Y de nuevo dice Isaías: "Y me hizo como saeta preferida". Pues en verdad es saeta preferida aquella que lanzada mata más pronto al enemigo. Y como en la saeta hay tres cosas: la penetrante, o sea el hierro, el palo recto y la pluma que la dirige, la saeta hace ver la trinidad y la unidad del Señor. Saeta preferida fue, pues, Santiago, porque como la veloz saeta mató al adversario de quien la llevaba, así aniquiló él en los hombres el enemigo del género humano predicando la trinidad y la unidad del Señor, y destruyó los vicios a montones. Y dice otra vez el profeta: "En su aljaba me guardó". La aljaba es simbólicamente el vientre de la inmaculada Virgen María, en el que estuvo guardada la saeta elegida o sea el Hijo de Dios, Dios trino y uno. La saeta está guardada en la aljaba como la divinidad está hospedada en la humanidad. Pues en ella "habitó la plenitud de toda a divinidad corporalmente". Así, pues, el Señor metió a Santiago en su aljaba, porque en su trato humano le impregnó de buenas doctrinas. Y le dijo de nuevo por el profeta: "Alarga tus cuerdas y clava tus clavos; porque te extenderás a derecha e izquierda y tu semilla heredará a las gentes". Pues por las cuerdas con que los artesanos suelen atar juntas dos cosas cualesquiera separadas, se representan los preceptos que enlazan juntamente a Dios y al hombre por las buenas obras realizadas.
Entre Dios y el hombre hubo discordia en otro tiempo por la culpa de Adán; mas ahora, gracias a la práctica de los preceptos del Señor, se ha restablecido la concordia. Así, pues, alargó sus cuerdas el Apóstol, porque desde Judea hasta el mar Mediterráneo u occidental propagó las doctrinas evangélicas. Clavó sus clavos, cuando en los corazones de los hombres fijó las enseñanzas de la fe católica. Se extendió a derecha e izquierda, porque anunció a los elegidos la remuneración celestial de sus buenas obras y a los réprobos el terror del juicio final. Y su familia ha heredado a las gentes, puesto que hace a los pueblos fieles herederos del reino celestial con la semilla de sus predicaciones. Como el sol ilumina las oscuridades del día y la luna las tinieblas de la noche, así brilló él en la Santa Iglesia por sus enseñanzas. A la manera del arco que resplandece con sus varios colores entre las tinieblas del cielo, así entre las adversidades procedentes de los duros paganos y judíos resplandecía él ardiente con sus virtudes. Como la rosa primaveral entre las espinas y la azucena que florece junto al agua, así floreció entre las gentes con ejemplos divinos. Como los aromas y el incienso huelen en el fuego, así brotó como perfume de la vida perenne para llamar a todos al reino de la eterna felicidad. Porque en él irradiaba la divina virtud de su vida, de sus costumbres, de su palabra al predicar, de la suavidad y mansedumbre de su espíritu, de sus milagros y prodigios, y también de todas las mortificaciones de su carne, vigilias, ayunos y preces divinas. Recorría ciudades, burgos y aldeas, entrando en las sinagogas de los judíos, predicando la palabra de Dios, insistiendo oportuna e inoportunamente, para que brillase una sola ley y la luz de la vida perdurable para todas las gentes ignorantes de Dios, y los que juntos habían bajado a la muerte, todos juntos resurgieran a la vida. Y ni por amenazas de los poderosos o palabras de los envidiosos dejó de predicar el nombre de Cristo en presencia y audiencia de los duros hombres judíos y paganos, fortalecido por el celo de la fe, hasta la hora de su muerte. Pues como vasallo, enviado por un gran emperador, no temía llevar la luz de la verdad a las mayores multitudes de gentes, para que cuantos más se congregaban, tantos más con su ejemplo o su doctrina se instruyeran. Porque como el pescador tiende sus redes allí donde sabe que se reúne muchedumbre de peces, y asimismo el muy experto cazador tiende sus trampas allí donde sabe que se juntan muchas aves o bestias, para que al reunirse muchas quede apresada una gran parte, así también Santiago, pescador de hombres y cazador de fieras, no dejaba e tender las redes de su predicación a las muchedumbres. Para que al congregarse muchos con tal pretexto, muchos fuesen los apresados con el cebo de la misma. Y como el fiel administrador puesto por un señor al frente de su familia para que les dé el sustento en el momento necesario, así él se apresuraba a sustentar a los pueblos extraños con toda clase de alimentos espirituales, enseñando con clemencia, instruyendo con suma bondad y esforzándose con todo su poder por apartar a todos de los errores de los ídolos. ¡Oh vaso lleno del Espíritu Santo!, que suministraba en abundancia a las gentes la sustancia del trigo de Cristo y la flor del aceite y la sobria embriaguez del vino. Porque fue ojo para el cielo y pie para el cojo, padre de los pobres y desgraciados, consolador de huérfanos y viudas. El, como un piloto, condujo la nave de la Iglesia cargada con las riquezas de los pueblos al puerto de la salvación, echando el ancla de la fe en el mar de este agitado mundo. El, como un mayordomo de las viñas, plantó con gran trabajo la viña de la Iglesia, extirpando los abrojos de los vicios, cortando los espinos de las malas acciones, formando buenas cepas, poniendo alrededor el seto de los dogmas evangélicos contra las bestias salvajes, espantando lejos de ella a las zorras de la herejía que acostumbran destruir las viñas, y edificó también en ella el lagar del nuevo altar y la torre de la fe. El, a la manera de un labrador moderno, roturó inteligentemente la tierra antes inculta, con la cuchilla de su nueva predicación y el arado e la fe, a fin de que los venideros pudieran más fácilmente ararla predicando y la tierra, limpia de las malezas de los vicios, recibiese la simiente y produjese fruto más abundante, ya el ciento, ya el sesenta por uno. Y como el que por lugares boscosos traza un camino a una ciudad haciendo nudos guías, así el santo Apóstol, divulgador de la nueva Ley, caminante rectísimo, elevó hacia el cielo la ruta de la fe, allanando el áspero camino, apartando las duras piedras, enderezando la vereda tortuosa, y marcando los nudos de los divinos preceptos en los arbustos de la orilla, hizo de una angosta senda una ancha calzada para que pudieran caminar más holgadamente los que le siguieran. Porque la senda se convirtió en calzada. Estrecho y tortuoso era el sendero del Antiguo Testamento, por el que sólo pocos iban al cielo en aquel tiempo; pero ancha y recta es ahora la vía del Nuevo Testamento, por la que van muchos. Por eso se extendió la fama de Santiago el Mayor en todas direcciones por el mundo, y acudían a él muchos judíos, gentiles y adoradores de ídolos, y eran bautizados, y los ídolos eran destruidos por quienes los habían construido. Doliéndose por esto el viejo enemigo al ver que iba perdiendo las gentes que ganaba Cristo por obra de su siervo, dirigió todas las maquinaciones de su astucia a atacar a la Iglesia de Dios e irritó a Herodes, rey de Jerusalén, de tal manera y le movió a tanto furor y rabia, que apresara al Apóstol y le diese muerte. Así, Herodes, enemigo del Señor, aguijoneado por la flecha del odio, "puso sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia y dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada". ¡Oh, qué pérfida acción!. Mató a quien un ángel del Señor había sacado de la cárcel en Jerusalén, en otra ocasión. Hizo morir a quien el Señor del mundo había escogido y consagrado y había tenido por digno de Sí y amigo suyo. Hizo perecer al mismo por medio del cual el Señor había hecho en el mundo prodigios y milagros. Pero después que el apóstol Santiago el Mayor, atleta de Cristo, invicto mártir, sufrió gustosamente la espada de Herodes por amor a Jesús, su alma santa, liberada de los lazos del cuerpo y de los agobios de la tierra, tornó alegre a su Autor y ascendió al fin recibida con aplausos por los ángeles. Devolvió el cuerpo a la tierra y el espíritu al paraíso, donde reina y goza por virtud de sus méritos, agregado a los coros e los ángeles. Dichosa pena y herida, por la cual se ganó la palma de la vida eterna quien destruyó a la muerte con la muerte y posee el reino paradisíaco llevando corona de oro. Derramando su sangre, vino a ser él mismo sacrificio a Dios. Así, pues, al dar muerte Herodes a Santiago se alegraba la falange de los ángeles, porque había recibido un compañero; se contristaba en la tierra la muchedumbre de los fieles, porque había perdido a su pastor; se regocijaba la facción de los idólatras, porque veía muerto a su acusador.
Sobre la gloriosa muerte de Santiago cantó de esta manera San Fortunato, obispo de Poitiers, confesor de Cristo y brillante poeta, en dísticos elegíacos:
Desde la tierra Santiago envió su alma al Olimpo: ¡Oh feliz, que con su muerte a la muerte venció! Ante el sepulcro del santo salud ahora se otorga Y el lacerado cuerpo cuerpos a miles sana. Di, ¿dónde estás, oh Muerte enemiga, do yaces vencida, Puesto que ves que nos da votos su muerte santa? Cuando creías tan mal que su muerte acababa su vida, Da vida a muchos aún y él la conserva toda. Yaces cautiva aquí donde tú vencer calculabas, Siendo invasora mueres, con tu furor te matas. Sufres tu propio castigo, te aprietan tus propias cadenas Y los gemidos que tú causas gimiendo ya estás. Vive en los cielos el mártir triunfante, tú lívida y triste, Muerte, enemiga tuya el Tártaro negro habitas. En la florida morada feliz para siempre ya goza Entre aromados coros, entre el incienso en nubes. Ya de su Juez aplacado ninguna culpa temía, Antes pidió su premio como soldado invicto. A Santiago le alzaron sus méritos hasta la gloria Y no le oprime tumba, tiénele el brazo de Dios. Y si los méritos buscas, en tantos milagros resaltan, Cuando por él enfermos logran la dulce salud. Pero ha de tenerse en cuenta que Herodes el degollador de Santiago representa al diablo reinante en el mundo, que persiguiendo al Señor en sus miembros dijo: "¡Piel por piel! Y todo lo que tiene el hombre, dé por su vida". Y en otro lugar: "Dijo el enemigo: Los perseguiré y alcanzaré, me repartiré sus despojos, se hartará mi alma". Porque como nuestro enemigo el diablo quiso trastornar la pasión de Cristo o sea nuestra salvación, por medio del sueño de la mujer de Pilatos, diciéndole: "Nada tienes que ver con ese justo", así Herodes por consejo del diablo quiso trastornar la predicación apostólica destinada por Dios a las gentes dando muerte a Santiago.
Herodes se interpreta por piel o gloria de la piel. Y bien le cuadra este interpretación, porque no pensaba en la gloria celestial, sino en la gloria de la piel y de la carne. Tales son aquellos "cuyo Dios es el vientre, y su fin la perdición, y su gloria está en su vergüenza, los que tienen el corazón en las cosas terrenas". Herodes daba, pues, muerte al apóstol del Señor, porque por él creía que iba a perder su reino. Más temía perder el reino terreno que el eterno. Mas como el Señor quiso vengar la muerte de su apóstol, permitió que Herodes padeciera una muerte como se narra en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Viendo Herodes que la muerte de Santiago había agradado a los judíos, hizo prender al apóstol Pedro y le metió en la cárcel; pero guiado por un ángel del Señor, escapó ileso por la noche. Al día siguiente no fue hallado Pedro, y doliéndose Herodes, bajó de la Judea a Cesárea y se detuvo allí. "Pues estaba irritado contra los tirios y sidonios; mas ellos, de común acuerdo, se presentaron a él y, habiéndose ganado a Blasto, camarero mayor del rey, le pidieron la paz, por cuanto su región se abastecía del territorio del rey. El día señalado se sentó Herodes, vestido con las vestiduras reales, en su estrado, y les dirigió la palabra. Entonces el pueblo comenzó a gritar: Palabras de Dios y no de hombre. Al instante le hirió un ángel, y comido de gusanos expiró, por cuanto no había glorificado a Dios" y por haber derramado injustamente la sangre de Santiago. Así, pues, Herodes mató a Santiago y el ángel del Señor le hirió a él. Por un impío fue muerto un inocente y por el ángel del Señor el impío. No leemos que ninguno de los perseguidores de los apóstoles fuese muerto por un ángel del Señor fuera de este Herodes, degollador de Santiago. De donde se infiere que este Santiago, por honor de prelación entre los otros, era muy amado por el Señor. Mucho, pues, lo distingue el Señor en la tierra y en el cielo. ¡Oh, Herodes, rey impío, cruel enemigo del Señor! ¿Por qué diste muerte a un hombre tan excelso y de tales cualidades? ¿No sabías que serías aniquilado por el Señor?. Mataste a un soldado y un soldado te mató. Hiciste morir al siervo y el Señor te hizo perecer. ¡Oh santo apóstol de Dios!. ¿Por qué sufriste tanto?. En verdad fue porque eras digno de aguantar las injurias por el nombre de Jesús. Porque sabías que "los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria futura". ¡Oh Dios misericordioso! ¿Por qué permitiste que muriera el apóstol para luego dar muerte al rey?. Sin duda para preparar al apóstol su corona y su suplicio al rey inicuo. Ambos recibieron, pues, el pago de sus méritos. Diste a cada uno según su merecido, porque concediste al apóstol la corona del reino y condenaste al rey a la pena del fuego. Así se cumple en este hecho lo que se lee en el libro de la Sabiduría: "Condena el justo muerto a los impíos vivos, y la juventud pronto acabada la larga vida del impío. Porque verán el fin del sabio sin entender los designios de Dios acerca de él, ni por qué le puso en seguro el Señor. Verán para despreciarle, pero el Señor se reirá de ellos. Y después de esto caerán sin honra y serán entre los muertos en el oprobio sempiterno". Goza, pues, el Apóstol de Cristo en aquella felicidad perpetua, donde la alegría es sin dolor, la vida sin muerte, el gozo inenarrable. Justamente combatió en la tierra por la fe de Dios, y por eso es coronado en la gloria, venerado por los ángeles, honrado por todos los santos, más blanco que la nieve, más claro que el sol, más brillante que una estrella, más nítido que la leche, más rubio que un viejo elefante. Ahora mira cara a cara a Aquel a quien vio en el monte Tabor en apariencia. Ahora perennemente, entonces temporalmente. Ahora con amor, entonces con temblor. Ahora se recrea perpetuamente con el Señor en la divina mesa, con Quien junto al mar de Tiberíades celebró temporalmente después de la resurrección el último convivio. Ahora tiene en los cielos aquel don altísimo que pidió al Señor mientras estaba en la tierra. Posee a conciencia un asiento a la diestra del Señor con los elegidos, el cual le pidió sin saber. Su festividad no es funeral, sino natalicio. Porque empezó a vivir precisamente cuando emigró de este mundo. Y así como está escrito acerca del varón perfecto: "Viviendo entre los pecadores fue trasladado, porque su alma había agradado a Dios". Pues sobre hombres tales se dice por Salomón: "El justo fue librado de la tribulación". Y por Malaquías dice el Señor: "En paz y rectitud anduvo conmigo y a muchos apartó del pecado". Por eso dice también por Isaías: "Yo le llamé y le bendije y su camino es recto". Y también dice en el Eclesiástico: "Al que teme a Dios le irá bien en sus postrimerías y en el día de su fin hallará la gracia". Y se dice en el libro de la Sabiduría: "Glorioso es el fruto de sus buenos trabajos y coronado triunfa en la eternidad". Y además dice el Salmista: "El justo será en eterna memoria; no tendrá la mala nueva". Pues verdaderamente se convierte en el recuerdo de los ángeles y de los hombres el que fue magnificado por el Señor con la gracia de las predicaciones y milagros. "No temerá la mala nueva" cuando dirá el Señor: "¡Apartaos de mí, malditos!". Este Santiago, pues, no sólo se lee en el Nuevo Testamento, sino que también se le alude en el Antiguo: está figurado en Jacob y manifiesto en Israel. Y como Santiago o Jacobo trae su nombre del profeta Jacob y se traduce como él por suplantador, bien se conoce que fue de su linaje y se le asemeja en muchas cosas. Ha de observarse que Jacob hijo de Isaac representa al pueblo gentil; Esaú, al judío; Isaac, a Dios Padre; Rebeca, al Espíritu Santo. Al pueblo judío le tocaba un día la gracia de la bendición, mas como tardó en venir a la fe como de la caza, la recibió al pueblo gentil. Como dijeron los discípulos a los judíos: "A vosotros os habíamos de hablar primero la palabra de Dios, pero como la habéis rechazado y os habéis juzgado indignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles". Pues como Jacob obedeció los consejos de Rebeca, su madre, por lo cual mereció la bendición de su padre, así obedeció nuestro Santiago al Espíritu Santo, por lo cual mereció la gracia de Dios Padre. Jacob dando unas lentejas compró la primogenitura de su hermano, y nuestro Santiago vio, no ya los ángeles, sino al mismo Hijo de Dios transfigurado en la gloria del Padre en el monte Tabor. El patriarca Jacob, suplantando a su hermano, mereció ser bendecido por su padre; Santiago, suplantando los vicios de la carne, mereció asociarse al Señor. Jacob engendró doce hijos; Santiago procreó muchos hijos en la fe. El es figuradamente uno de los doce hijos de Israel, de los cuales nacieron los pueblos fieles a la Iglesia. El es simbólicamente una de las doce fuentes de Elim, que halló el pueblo israelita caminando por el desierto, con sesenta palmeras, fuentes que hasta hoy vienen regando a la Iglesia entera. El es figuradamente uno de los doce príncipes establecidos por Moisés para gobernar el pueblo de Israel, los cuales vienen gobernando hasta hoy a la Santa Iglesia. El es simbólicamente una de las doce piedras preciosas engastadas en el vestido de Aarón, de las que se elevó la Iglesia "a la diestra de Dios en vestido recamado de oro y ceñida de la variedad" de sus santos méritos. El es uno de los doce panes de la proposición, siempre calientes, ofrecidos en la mesa del Señor, de los que se alimenta todo el mundo. El es figuradamente uno de los doce exploradores enviados por Moisés a la tierra de promisión, que al regresar traían entre dos un sarmiento con un racimo colgado de una pértiga y además granadas e higos. En el racimo, entre los dos, debe verse a Cristo entre los dos testamentos; a los mártires en las granadas, en los higos la doctrina de la Iglesia, en los exploradores a los doce apóstoles que hasta el día de hoy no han dejado de anunciar las delicias del reino celestial a la Iglesia de Dios. El es una de las doce piedras del Jordán, que por varones elegidos de las doce tribus fueron llevadas al lugar del campamento en testimonio de los milagros de Dios, y sobre las que se "levanta todo el edificio de la Iglesia". El es simbólicamente una de las doce piedras que puso Josué en medio del cauce del Jordán, donde apoyaron sus pies los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza, y que permanecen hasta el día de hoy inmóviles, señalando a los fieles el camino en el bautismo de Cristo. Merezcamos ser ayudados con sus preces ante nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos infinitos de los siglos. Amén.