Esta pasión menor de Santiago apóstol, hijo de
Zebedeo, patrón de Galicia, y la miserable muerte
de Herodes, que le fue dada justamente por un
ángel en pago de la muerte de aquél, las expongo en este volumen con las mismas
letras y palabras con que están escritas en la Historia eclesiástica, a fin
de que aquellos que no quieran leer por su extensión la pasión mayor del mismo
apóstol, lean ésta, que se tiene por muy autorizada. Pues como un limpio arroyuelo
nace de una fuente purísima, así la pasión mayor está sacada de ésta menor.
Puros son el arroyuelo y la fuente, puras una y otra pasión. Fuente y arroyo
están limpios de impurezas, una y otra pasión están libres de mentiras. Mas
como a muchos les agrada más beber agua de la fuente que del arroyo, también
a muchos lectores les deleita más leer ésta que la otra.
A Gayo, que por cuatro años y no completos tuvo
el principado en Roma, le sucedió el emperador Claudio(1),
bajo el cual un hambre bastante cruel dominó en todo el orbe terráqueo. Y
esto mucho antes habían predicho nuestros profetas que así ocurriría. Según
se refiere en los Hechos de los Apóstoles,
cierto profeta llamado Agabo había anunciado
que bajo el emperador Claudio sobrevendría una
gran hambre. Pero San Lucas, que habla de Agabo,
añade también que los hermanos que residían en Antioquia enviaron recursos,
cada cual según sus medios, a los fieles que habitaban en Jerusalén por Pablo
y Bernabé. Y después agrega: "Por
aquel tiempo –refiriéndose sin duda al transcurrido bajo Claudio cuando era
el hambre- el rey Herodes(2)
puso sus manos en maltratar a algunos e la Iglesia, y dio muerte
a Santiago, hermano de Juan, por la espada". Además acerca de este
Santiago escribe San Clemente
de Alejandría en el séptimo libro de sus Disposiciones(3)
cierta anécdota digna de mención, llegada hasta él por tradición de sus antepasados.
Pues dice que aquel que había entregado a Santiago
al juez para el martirio, movido a penitencia, confesó que también él era
cristiano. Fueron llevados los dos juntos al suplicio –añade-, y cuando marchaban
por el camino pidió a Santiago que le perdonase.
Este, meditando un momento le dijo: "La paz sea contigo",
y le besó. Y así los dos fueron decapitados juntamente. Pero entonces, como
dice la Sagrada Escritura, viendo Herodes que
la muerte de Santiago había sido grata a los
judíos, añadió todavía más, y metió a San Pedro
en la cárcel, con intención, sin duda, de castigarle también si no le hubiera
llegado el auxilio divino. Pues un ángel que vino a su lado por la noche le
soltó milagrosamente de los lazos de sus cadenas y le mandó marchar libre
al ministerio de la predicación. Y tras de ocurrir esto a San
Pedro ya no sufría dilación la venganza del crimen perpetrado por el
rey contra los apóstoles, sino que en seguida aparece vengadora la divina
diestra, como nos enseña la narración escrita en los Hechos
de los Apóstoles. Dice que habiendo bajado Herodes
a Cesárea, y cuando en un día señalado se hallaba sentado en el estrado, vistiendo
espléndidas vestiduras reales, y hablaba al pueblo desde arriba y el pueblo
le aclamaba diciendo: "Palabras de Dios y no de hombre",
al instante le hirió un ángel del Señor, por cuanto no había glorificado a
Dios. Y chorreando gusanos expiró. Pero es de admirar la gran concordancia
de la Sagrada Escritura con el historiador de aquella nación. Pues el propio
Josefo, tratando de estos hechos en el libro
XIX de sus Antigüedades, los refiere en
los términos siguientes: "Había cumplido –dice-
el tercer año de su reinado en toda la Judea cuando por acaso llegó a Cesárea
la que antes se llamaba Torre de Estratón. Y mientras daba allí espectáculos
a los ciudadanos en honor del César por el día dedicado, al parecer, a la
salud de éste, y habían acudido de toda la provincia los hombres destacados
por sus honores y riquezas, al comenzar el segundo día de las fiestas se presentó
en el teatro vestido de refulgente vestidura bordada admirablemente en oro
y plata. Al recibir los primeros rayos del sol en los pliegues de su argentada
veste, reflejando la luz, el coruscante fulgor metálico efundía doble resplandor
hacia los espectadores, tanto que el asombroso aspecto deslumbraba la vista
y con ello la arrogancia artificiosa fingía algo superior a la naturaleza
humana. Entonces estallan las ovaciones del vulgo adulador, que gritándole
alabanzas le atraían la ruina. De todas partes en las gradas clamorosas le
llaman dios, y suplicantes le ruegan que sea propicio, diciendo las gentes:
"Hasta ahora te hemos temido como hombre, mas desde hoy confesamos que
eres de naturaleza sobrehumana". El rey no reprimió las sacrílegas aclamaciones
ni se asustó ante la impiedad de la adulación ilícita, hasta que al mirar
atrás un momento vió a un ángel que amenazándole estaba sobre su cabeza, y
en seguida sintió que era el ejecutor de su perdición, aunque antes le sabía
procurador de su felicidad. Y de repente se apoderó de él el tormento de un
increíble dolor e hinchazón de vientre. Y mirando a sus amigos dijo: "Yo,
vuestro dios, que me veo ahora mismo expulsado y lanzado de la vida, porque
el poder divino quiere demostrar que son falsas las palabras que me acaban
de dirigir. A mí, que me llamabais inmortal hace un momento, me arrastra ya
la muerte a toda prisa. Pero hay que acatar la sentencia impuesta por Dios,
pues he vivido nada vulgarmente y he llegado a la longevidad que se tiene
por feliz". Y diciendo esto, sacudido más reciamente por la fuerza del
dolor, le llevaron en seguida al palacio. Y habiéndose divulgado que estaba
para morir, se reunió una enorme muchedumbre de todas las edades y sexos que
suplicaba a Dios todopoderoso por la salud del rey sobre las alfombras el
estrado, según costumbre nacional. Todo el palacio real resonaba de llantos
y gemidos. Entre tanto el propio rey, acostado en una elevada galería, mirando
hacia abajo y viendo a todos inclinados y postrados llorando, tampoco podía
contener las lágrimas. Pero atormentado cinco días seguidos por dolores de
vientre, se rompió violentamente su vida por haber dado muerte a Santiago.
Tenía cincuenta y tres años de edad y estaba en el séptimo de su reinado,
pues había reinado cuatro bajo Gayo César, teniendo por tres la tetrarquía
de Filipo e incorporando también en el cuarto la de Herodes, y los tres restantes
bajo Claudio César". Reinando nuestro Señor Jesucristo, que con
el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los siglos infinitos de
los siglos. Amén.
(1) |
Gayo
o sea Calígula reinó del
37 al 41 de C. y Claudio del 41 al 54.
Del hambre bajo Claudio se hace eco Dión Casio.
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(2) |
Herodes
Agripa I, hijo de Aristóbulo
y nieto de Herodes I el Grande. Calígula
le dió el año 37 la tetrarquía que había tenido
Filipo (Batanea,
Iturea y Perea),
y Claudio en el 41 la Judea
y Samaria, que había tenido Arquelao.
Los tres eran hermanos de su padre. Reunió así todo el reino
de su abuelo. Murió en el 44. |
(3) |
Obra
titulada en griego Hypotyposeis, dividida
en ocho libros, que contenían breves comentarios de la Sagrada
Escritura con digresiones dogmáticas e históricas. Quedan
de ellas fragmentos y los comentarios a las epístolas canónicas,
traducidos y reformados por Boecio con el
título de Adumbrationes. San
Clemente de Alejandría floreció en esta ciudad alrededor
del años 200. |