Fundador y primer abad de Clairvaux. En 1112 ingresó en el monasterio de Cîteaux. Tres años después, fue enviado a fundar la abadía de Clairvaux, de la que fue el primer abad. La nueva fundación llegó a contar con más de setecientos monjes y se le agregaron 160 monasterios. Clairvaux y el Cister ejercieron la influencia tenida antes por Cluny gracias a Bernardo. En 1128 comenzó su papel de árbitro:
Defendió al obispo de París contra el rey, apoyó enérgicamente al fundador del Temple, y, cuando a la muerte de Honorio II fueron elegidos dos papas, apoyó a Inocencio II, quien pudo así prevalecer contra su rival. En el concilio de Troyes, 1128, se accedió y encargó a Bernardo la tarea de redactar la regla correspondiente de la Orden del Temple; y Bernardo dictó al clérigo Miguel la regla de la Orden. Esta regla era monacal y esencialmente cisterciense. La Milicia del Temple se había constituido, y Bernardo había abocado en ella todo el peso de su palabra y su autoridad:
Ha aparecido una nueva caballería en la tierra de la Encarnación. Es nueva, digo, y todavía no ha sido puesta a prueba en el universo en el que ella desarrolla un combate doble: por un lado contra los adversarios de la carne y la sangre, y por otro, en los cielos, contra el espíritu del mal. Y no me parece maravilloso, porque no lo encuentro extraño, que esos caballeros se enfrenten a los enemigos corporales con su fuerza corporal. Pero que combatan con la fuerza del espíritu contra los vicios y los demonios, eso no sólo lo llamaré maravilloso, sino digno de todas las alabanzas debidas a los religiosos.
En 1133, a petición de Alfonso VI de Castilla, introdujo el Cister en España (abadía de Moreruela) e intervino en casi todas las nuevas fundaciones de la orden (La Oliva, Las Huelgas, Santes Creus, Veruela y Poblet). En 1140 obtuvo la condenación de algunas tesis de Abelardo. Predicó la segunda cruzada en Vézelay y en Spira (1146). Bernardo fue un místico que se opuso tanto al racionalismo de Abelardo como a la ortodoxia escolástica. Se impregnó de devoción mariana y no cesó de denunciar los abusos eclesiásticos. Dirigió enérgicas advertencias al papa Eugenio III, antiguo discípulo suyo. Entre sus numerosas obras, cabe destacar De amore Dei, Adversus Abelardum, más de trescientos sermones y muchos poemas. Fue canonizado en 1173.
Sin duda, San Bernardo de Claraval se trata del hombre más extraordinario que haya conocido Occidente. En él hay un misterio de "superhombre" divino que escapa a la comprensión puramente humana.