En primer lugar, pues, se ha de visitar en Arlés (1) por los que se dirigen a Santiago por el camino de Saint-Gilles, el cuerpo del bienaventurado San Trófimo (2), confesor, a quién recuerda San Pablo en su epístola a Timoteo, y que ordenado obispo por el mismo apóstol se dirigió el primero a predicar el Evangelio de Cristo a dicha ciudad. De este clarísimo manantial recibió toda la Galia, como escribe el papa Zósimo (3), los arroyos de la fe. Su festividad se celebra el día 29 de diciembre.

Igualmente se ha de visitar el cuerpo de San Cesáreo (4), obispo y mártir, que en la misma ciudad estableció la regla monástica femenina y cuya fiesta se celebra el día 1 de noviembre.

Asimismo se han de implorar en el cementerio de esta misma ciudad la protección de San Honorato (5), obispo, cuya solemnidad se celebra el 16 de enero. En su venerable y magnífica iglesia descansa el cuerpo de San Ginés (6), mártir muy preclaro.

En las afueras de Arlés hay un arrabal, entre los dos brazos del Ródano, que se llama Trinquetaille (7), en donde existe detrás de la iglesia una columna de magnífico mármol, muy alta, y elevada sobre la tierra, a la que, según cuentan, ataron a San Ginés y lo degolló la plebe infiel; y aún hoy aparece enrojecida por su rosada sangre. El mismo santo apenas hubo sido degollado cogió su cabeza consus propias manos y la arrojó al Ródano, y llevó su cuerpo por medio del río hasta la iglesia de San Honorato, en donde honrosamente yace. Su cabeza, en cambio, corriendo por el Ródano y por el mar lelgó, guiada por los ángeles, hasta la ciudad española de Cartagena, en donde ahora descansa espléndidamente y obra muchos milagros. Su festividad se celebra el 25 de agosto.

Luego se ha de visitar junto a la ciudad de Arlés un cementerio situado en el lugar llamado Aliscamps (8), para suplicar, como es costumbre, por los difuntos, con oraciones, salmos y limosnas. Tiene una longitud y una anchura de una milla. Tantas y tan grandes tumbas de mármol colocadas sobre la tierra no pueden encontrarse en cementerio de parte alguna, excepto en éste. Están decoradas con diversos motivos, tienen inscritos textos latinos, y son antiguas como se desprende de su redacción ininteligible (9). Cuanto más lejos se mira, tanto más lejos se ven sarcófagos. En este mismo cementerio existen siete capillas; si en cualquiera de ellas un sacerdote celebra la eucaristía por los difuntos, o si un seglar la hace devotamente celebrar a algún sacerdote, o si un clérigo lee el salterio, tendrá, en verdad, a los piadosos difuntos que allí yacen como valedores de su salvación ante Dios en el día de la resurrección final. Pues son muchos los cuerpos de santos mártires y confesores que allí descansan, y cuyas almas gozan ya en la paradisíaca morada. Su conmemoración suele celebrarse el lunes después de la octava de Pascua.

También ha de ser visitado con gran cuidado y atención el dignísimo cuerpo del piadosísimo San Gil, confesor y abad. Pues San Gil, famosísimo en todas las latitudes, ha de ser venerado por todos, por todos dignamente celebrado, por todos amodo, por todos invocado y por todos visitado. Después de los profetas y los apóstoles, ninguno entre los demás santos más digno, más santo, más glorioso, ni más rápido en el auxilio que él. Pues suele ayudar más rápidamente que los demás santos a los necesitados, los afligidos y angustiados que a él claman. ¡Oh cuan hermosa y valiosa obra es visitar su sepulcro! Pues el mismo día en que alguien le ruegue de todo corazón, será sin duda socorrido felizmente.

Por mí mismo he comprobado lo que digo: En cierta ocasión vi en su misma ciudad a uno que el día en que lo invocó escapó, con auxilio del santo confesor, de la casa de cierto zapatero, llamado Peyrot; cuya casa se vino abajo completamente derruída de puro vieja. !Quién podrá, pues, ver otra vez su morada! ¡Quién adorará a Dios en su sacratísima iglesia! ¡Quién abrazará de nuevo su sarcófago! ¡Quién besará su venerable altar, o narrará su piadosísima vida! Pues un enfermo se vistió su túnica y sanó; por su misma indefectible virtud se curó uno mordido por una serpiente; otro, poseído por el demonio, se libró; se calma la tempestad del mar; la hija de Teócrito encontró la salud largo tiempo deseada; un enfermo que no tenía en el cuerpo parte sana, falto en absoluto de su salud, logró la tan largamente ansiada curación; un cierva, antes indómita, domesticada por su mandato, se amansó; su orden monástica aumentó bajo su patronazgo abacial; un energúmeno fue librado del demonio; el pecado de Carlomagno (10), que le había sido revelado por un ángel, le fue perdonado al rey; un difunto fue devuelto a la vida; recobra un paralítico su primitiva salud; es más, dos puertas talladas en madera de ciprés con imágenes de príncipes de los apóstoles, llegaron flotando sobre las aguas del mar desde la ciudad de Roma al puerto del Ródano, sin que nadie las dirigiese, con sólo su poderoso mandato. Me duele no recordar y no poder contar (11) todos sus hechos dignos de veneración, ya que tantos son y tan grandes. Aquella resplandeciente estrella venida de Grecia, después de iluminar con sus rayos a los provenzales, hermosamente se ocultó entre ellos, no empequeñeciéndose, sino incrementando su brillo; no perdiendo su resplandor, sino ofreciéndolo con doble intensidad a todos, no descendiendo a los abismos, sino ascendiendo hasta las cumbres del Olimpo; su luz no se oscureció con su muerte, sino que gracias a sus insignes fulgores, es el más resplandeciente de todos los santos astros, en los cuatros puntos cardinales. En efecto, a la media noche del domingo, 1 de septiembre, se eclipsó este astro, que un coro de ángeles llevó consigo a la celestial morada y que el pueblo godo junto con el orden monacal albergó en honrosa sepultura, en un campo libre, entre la ciudad de Nimes (12) y el río Ródano.

La enorme arca de oro que hay detrá de su altar sobre su venerable cuerpo, tiene esculpidas en la primera franaja de la parte izquierda las imágenes de seis apóstoles, ocupando la imagen de la bienaventurada Virgen María la primera posición. Arriba, pues, en una segunda franja, aparecen los doce signos del zodíaco, en este orden: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Y por entre ellos corren ramos dorados en forma de sarmientos de vid. En la tercera franja, la de más arriba, aparecen las imágenes de doce de los veinticuatro ancianos, sobre cuyas cabezas están escritos versos:

"He aquí el esplendoroso coro de los ancianos dos veces doce
Que con sus sonoras cítaras entonan dulces cantos" (13)

En la parte derecha, en la primera franja, hay igualmente otras seis imágenes, seis de las cuales son de apóstoles y la séptimo de otro discípulo de Cristo. Pero aún sobre las cabezas de los apóstoles, en ambos lados del arca, se representan en forma de mujer las virtudes que en ellos brillaron, a saber: Benignidad, Mansedumbre, Fe, Esperanza y Caridad. En la segunda franja de la derecha hay esculpidas unas flores a modo de sarmientos de vid. En la tercera y más alta de las franjas, al igual que en la parte izquierda, aparecen las otras doce figuras de los veinticuatro ancianos, con ésta inscripción en verso sobre sus cabezas:

"Esta gran urna exornada de piedras preciosas y oro
Es la que las reliquias guarda de San Egidio.
a quien la rompa, maldígale Nuestro Señor por siempre,
y San Egidio con él y la sagrada corte"

Las cubiertas del arca por arriba están labradas por ambas aguas a modo de escamas de peces. En su ápice hay engarzadas trece piedras de cristal de roca, unas a modo de escaques, otras en forma de manzana o granadas. Uno de los cristales es enorme y tiene la forma de un gran pez, una trucha (14) seguramente, erguido, con la cola vuelta hacia arriba. El primer cristal, semejante a una gran olla, y sobre la que reposa una preciosa cruz de oro, muy resplandeciente. En el centro del frontis del arca, pero en su cara anterior, dentro de un círculo dorado, está sentado el Señor, impartiendo la bendición con la mano derecha, y sosteniendo en la izquierda un libro, en el que está escrito lo siguiente: "Amad la paz y la verdad". Bajo el escabel de sus pies hay una estrella dorada; y junto a sus brazos, una a su derecha y otra a su izquierda, de esta forma: Alfa y Omega. Y sobre su trono refulgen dos piedras preciosas de forma increíble. Junto al trono, por fuera están representados los cuatro evangelistas, con alas: a sus pies tienen sendas cartelas en las que aparecen escritos sucesivamente los comienzos de sus respectivos evangelios. Mateo está esculpido en figura de hombre, a la derecha y arriba; Lucas en figura de buey, abajo; Juan, en efigie de águila, a la izquierda y arriba; y debajo, Marcos en forma de león. Junto al trono del Señor hay además dos ángeles admirablemente esculpidos: un querubín a la derecha, con los pies sobre Lucas, y un serafín a la izquierda, con los pies a su vez sobre Marcos.

Hay dos líneas de piedras preciosas de todas las clases admirablemente dispuestas: una, rodeando el trono en el que se sienta el Señor, y la otra recorriendo los bordes del arca, y tres piedras juntas simbolizando la Trinidad de Dios. Además un personaje ilustre, por amor del santo confesor, clavó al pie del arca, mirando hacia el altar, con clavos de oro, su propio retrato, también de oro, que para honra de Dios aún hoy allí aparece.

En el otro testero del arca, por la parte de atrás, está esculpida la Ascensión del Señor. En la primera franja aparecen seis apóstoles con los rostros alzados, contemplando al Señor subir al cielo. Sobre cuyas cabezas está escrita la leyenda "Galileos: este Jesús llevado al cielo de entre vosotros, vendrá de igual modo que le habéis visto". En la segunda franja, aparecen otros seis apóstoles; colocados de idéntica forma. A uno y otro lado, los apóstoles están separador por columnas doradas.

En la tercera franja, se yergue el Señor en trono dorado, con dos ángeles de pie, uno a su derecha y otro a su izquierda, los cuales, fuera del trono, con sus manos muestran el Señor a los apóstoles con, levantando una cada uno e inclinando la otra hacia abajo. Sobre la cabeza del Señor, fuera del trono, hay una paloma como revoloteando sobre El. En la cuarta y más alta franja, esta esculpido el Señor, fuera del trono y junto a El los cuatro evangelistas, a saber: Lucas, representado por un buey, contra la parte del mediodía, abajo; y Mateo en figura de hombre, arriba. En la otra parte, contra el norte, está Marcos en figura de león, abajo; y Juan, a manera de águila, arriba. Pero entiéndase que la Majestad del Señor, que está en el trono, no está sentada, sino en pie, con la espalda vuelta hacia el mediodía y la cabeza erguida, como mirando al cielo, teniendo la mano derecha alzada y sosteniendo en la izquierda una pequeña cruz, de este modo asciende hacia el Padre, que en lo recibe en el remate del arca.

Así es, pues, el sepulcro de San Gil, confesor, en el que su venerable cuerpo honrosamente descansa. Avergüéncense pues, los húngaros que dicen que poseen su cuerpo; confúndanse totalmente los monjes de Chamalières (15) que sueñan tenerlo completo, que se fastidien los sansequaneses que alardean de poseer su cabeza, túrbense igualmente los normandos de la península de Cotentín, que se jactan de tener todo su cuerpo, puesto que en modo alguno pueden sacarse de sus tierras, como por muchos se afirma, sus sacratísimos huesos. Hubo, en efecto, quien en cierta ocasión intentó llevarse fraudulentamente, fuera de la patria de San Gil (16), a lejanas tierras el venerable brazo del santo confesor, pero en modo alguno fue capaz de marcharse con él. Cuatro son los santos de cuyos cuerpos se cuenta, al decir de muchos, que por nadie pueden ser movidos de sus sarcófagos, a saber: Santiago el Zebedeo, San Martín de Tours, San Leonardo de Limoges y San Gil, confesor de Cristo. Se cuenta que Felipe (17), rey de los francos, intentó en otro tiempo trasladar sus cuerpos a Francia, pero no pudo consiguió por ningún medio moverlos de sus propios sepulcros.

Pues bien, los que van a Santiago por el camino de Toulouse, deben visitar el sepulcro de San Guillermo (18), confesor, que alférez egregio, y no de los menos significados condes de Carlomagno, muy esforzado soldado y gran experto en las artes de la guerra. Sabemos que con su gran valor conquistó, para la causa cristiana, la ciudad de Nimes, la de Orange y otras muchas. Llevándose consigo un leño de la cruz del Señor, se retiró al valle de Gellone, en donde hizo vida de eremita y en el que reposa honrosamente como bienaventurado confesor de Cristo, desde su santa muerte. Su sagrada fiesta se celebra el día 28 de mayo. En esta misma ruta hay también que visitar los cuerpos de los santos mártires Tiberio, Modesto y Florencia (19), que, en tiempo de Diocleciano sufrieron el martirio por la fe de Cristo, atormentados de varias maneras. Yacen a Sus cuerpos reposan en un hermoso sepulcro a orillas del río Hérault y su festividad se celebra el 10 de noviembre.

En la misma ruta se ha de visitar también el venerable cuerpo del bienaventurado San Saturnino (20), obispo y mártir. Apresado por los paganos en el Capitolio de la ciudad de Tolouse, fue atado a unos toros muy bravos e indómitos que desde lo alto de la ciudadela, le arrastraron por las escalinatas de piedra abajo, una distancia de una milla; destrozándole la cabeza, vaciándole los sesos y con todo el cuerpo desgarrado entregó dignamente su alma a Cristo. Su sepulcro se halla en un bello emplazamiento junto a la ciudad de Toulouse, donde los fieles levantaron en su honor una enorme basílica, con una comunidad de canónigos regulares bajo la regla de San Agustín. Allí concede el Señor numerosos beneficios a quienes le imploran. Su festividad se celebra el 29 de noviembre.

Borgoñones y teutones que peregrinan a Santiago por el camino de Puy, deben visitar también el santísimo cuerpo de Santa Fe (21), virgen y mártir, cuya santísima alma, tras haber sido degollado su cuerpo por los verdugos sobre el monte de la ciudad de Agen, fue portada a los cielos como a una paloma por unos coros de ángeles y la adornaron con el laurel de la inmortalidad. Cuando San Caprasio, obispo de Agen, que evitando el furor de la persecución se escondió en una cueva, vio esto, lleno de animo para soportar los tormentos del martirio, se apresuró a dirigirse al lugar del suplicio de la santa virgen, se hizo acreedor de la palma del martirio, echando cara a sus perseguidores la tardanza con que actuaban. Finalmente los cristianos dieron honrosa sepultura al preciosísimo cuerpo de Santa Fe, virgen y mártir, en el valle que vulgarmente se llama Conques (22). Sobre él construyeron una hermosa basílica, en la que, para gloria del Señor, hasta hoy en día se observa escrupulosamente la regla de San Benito. Numerosas gracias se conceden a sanos y enfermos, y ante sus puertas brota una rica fuente, admirable más allá de toda ponderación. Se celebra su festividad el 6 de octubre.

A continuación en el camino que por San Leonardo de Limoges va a Santiago, se ha de venerar, como se merece, por los peregrinos, en primer lugar, el dignísimo cuerpo de Santa María Magdalena. Esta es, aquella gloriosa María que en casa del leproso Simón regó con sus lagrimas los pies del Salvador, los enjugó con sus cabellos y los ungió con un precioso ungüento, besándolos reverentemente. Por ello "le fueron perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho" a quien a todos ama, es decir, a Jesucristo, su redentor. Esta es, después del domingo de Ascensión del Señor, la que desde las tierras de Jerusalén, llegó por mar con San Maximino (23), discípulo de Cristo, y con otros discípulos del Señor, a la tierras de Provenza, desembarcando en el puerto de Marsella; y en aquella tierra llevó vida solitaria durante varios años, hasta que el mismo Maximino, obispo de Aix (24), la dio sepultura en esa ciudad. Mucho tiempo después, un caballero, santificado por su vida monacal, llamado Badilón (25), trasladó sus preciosos restos desde esta ciudad hasta Vezelay, en donde hasta el día descansa en honrosa sepultura.

En este lugar se levanta también una enorme y bellísima basílica con una abadía monacal; por intersección de la santa, el Señor perdona sus culpas a los pecadores, a los ciegos les devuelve la vista, suelta la lengua a los mudos, endereza a los paralíticos, libera a los endemoniados y se conceden a otros muchos inefables favores. Sus solemnes fiestas tienen lugar el 22 de julio.

Asimismo se ha de visitar el sagrado cuerpo de San Leonardo (26), confesor, que perteneciendo a la más rancia nobleza del linaje de los francos y habiendo sido criado en la corte real, renunciando por de Dios Supremo a los pecados del siglo, y en territorio de Limoges, en el lugar que llaman Noblat, durante largo tiempo llevó vida solitaria y eremítica, en medio de ayunos frecuentes y numerosas vigilias, fríos, desnudeces e indecibles trabajos, y finalmente en aquel mismo solitario lugar descansó con santa muerte. Sus sagrados restos dícese que son inamovibles. Así pues, ruborícense los monjes de Corbigny (27), que dicen poseer el cuerpo de San Leonardo, puesto que es imposible, en modo alguno, mover la mas insignificante porción de sus huesos o de sus cenizas. Es verdad que los monjes de Corbigny, y otros muchos, se benefician de sus favores y milagros, pero carecen de su presencia corporal. Como no han podido tener el cuerpo de San Leonardo de Limoges, lo que veneran en su lugar es el cuerpo de un cierto varón llamado Leotardo, que se dice que, colocado en una arca de plata, les llegó de las tierras de Anjou (28). A éste le cambiaron el nombre tras de su muerte, como si hubiera de ser bautizado de nuevo, le impusieron el nombre de San Leonardo, para que con la fama de tan grande y famoso nombre, es decir, de San Leonardo de Limoges, acudiesen los peregrinos y los enriqueciesen con sus ofrendas. Celebran su fiesta el 15 de octubre.

Primero hicieron de San Leonardo de Limoges el patrono de su basílica; luego pusieron a otro en su lugar al estilo de los siervos envidiosos, que arrebatan por la fuerza a su dueño la heredad propia e indignamente se la dan a otro. Son también semejantes a un mal padre, que arrebata su hija al legítimo esposo y para entregársela a otro. "Cambiaron - dice el Salmista - su gloria por la imagen de un becerro". A los que tal hacen los reprende el sabio con estas palabras: "No entregues tu honor a los extraños". Los devotos peregrinos extranjeros y nacionales que allí llegan, creen encontrar el cuerpo de San Leonardo de Limoges, al cual veneran, y, sin saberlo, hallan a otro por él. Quienquiera que obre milagros en Corbigny, lo que es cierto es que quien libera a los cautivos y les conduce a Corbigny es San Leonardo de Limoges, por más que haya sido desposeído del patronazgo de aquella iglesia. De donde en doble culpa incurren los monjes de Corbigny, porque no veneran a quien con sus milagros les enriquece y no celebran su culto; segundo, en su lugar dar indebidamente culto a otro.

Así pues, la divina clemencia ya extendió por todo lo ancho y largo del orbe la fama de San Leonardo de Limoges, confesor, cuya poderosísima virtud saca de las cárceles a incontables millares de cautivos, cuyas cadenas de hierro, más bárbaras de los que decirse pueda, unidas a millares, están colgadas en testimonio de tantos milagros, alrededor de su basílica, por dentro y por fuera, a derecha e izquierda. Si en ella vieses los postes cargados de tantas y tan terribles cadenas, te admirarías más de lo que decirse puede. Pues allí penden, en efecto, esposas de hierro, argollas, cadenas, grilletes, cepos, lazos, cerrojos, yugos, yelmos, hoces y diversos instrumentos de los que con su poderosa virtud libró a los cautivos el potentísimo confesor de Cristo.

Otro motivo de admirarle es que solía aparecerse en forma humana en las mazmorras, incluso allende los mares, a los que sufrían cautiverio, según atestiguan aquellos mismos a quienes por el divino poder liberó. Bellamente se cumplió en él lo que el profeta divino vaticinó al decir: "Con frecuencia liberó a quienes yacían sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte, aherrojados en la miseria y las cadenas. En medio de su tribulación acudieron a él que les libró de sus angustias. Los apartó del camino de la iniquidad, pues rompió las puertas de bronce y quebró sus cerrojos de hierro. Liberó a los encadenados con grilletes y a muchos nobles con esposas de hierro". Muchas a veces también los cristianos han ido a parar, encadenados, a manos de los gentiles, este el caso de Bohemundo (29), quedando así sometidos a quienes les odian, sufriendo tribulaciones de sus enemigos, y humillados bajo sus manos. Más San Leonardo los ha liberado muchas veces, los ha sacado de las tinieblas y de la sombra de la muerte, y ha roto sus ligaduras. A quienes están presos les dice: "Salid", y a los que están en las tinieblas: "Venid a la luz". Su sagrada fiesta se celebran el 6 de noviembre.

Después de San Leonardo, se ha de visitar, en la ciudad de Périgueux (30), el cuerpo de San Frontón, obispo y confesor, que, consagrado con la orden pontificial en Roma por el apóstol San Pedro, fue enviado con cierto presbítero llamado Jorge a predicar a dicha ciudad. Y habiendo emprendido juntos la marcha, muerto Jorge en el camino y enterrado, volviendo junto al apóstol le contó San Frontón la muerte de su compañero. San Pedro le entregó su báculo diciéndole: "Pon este báculo mío sobre el cuerpo de tu compañero diciéndole: ''Por aquel mandato que recibiste del Apóstol, en nombre de Cristo levántate y cúmplela''".

Y así se hizo. Por el báculo del apóstol San Fronton recobró de la muerte a su compañero de expedición, y convirtió al cristianismo con su predicación la citada ciudad, ilustrándola con numerosos milagros. Tras su santa muerte en ella, recibió sepultura en la basílica que bajo su advocación se construyó, en la cual, por concesión divina, se otorgan muchos beneficios a quienes le invocan. Hay quienes dicen que San Frontón formó parte del grupo de los discípulos de Cristo. Su sepulcro, que no se asemeja al de ningún otro santo, resulta perfectísimamente redondo, como el del Señor, y aventaja a todos los sepulcros de los demás santos por la belleza de su admirable fábrica. Su sagrada fiesta se celebra el 25 de octubre.

A su vez, quienes se dirigen a Santiago por el camino de Tours, deben visitar en la iglesia de la Santa Cruz de la ciudad de Orleáns (32), el Lignum Crucis y el cáliz de San Evurcio (31), obispo y confesor. Pues mientras cierto día celebraba misa San Evurcio, a la vista de los que allí estaban apareció en lo alto del altar la mano derecha del Señor, en carne y hueso, y cuanto el celebrante hacía sobre el altar, lo hacía ella misma; cuando el oficiante hacía señal de la cruz sobre el pan y el cáliz, lo hacía aquella igualmente, y, al elevar la hostia o el cáliz, también la propia mano de Dios de igual modo, elevaba el verdadero pan y el cáliz. Concluido el sacrificio, despareció la piadosísima mano del Salvador. De donde se nos da a entender que, sea quien sea el sacerdote que canta la misa, es el mismo Cristo quien la canta. Por lo que el doctor San Fulgencio dice: "No es un hombre quien consagra el cuerpo y la sangre de Cristo, sino el mismo Cristo, que por nosotros fue crucificado". Y San Isidoro dice así: "Ni se hace mejor por la bondad del buen sacerdote, ni peor por la maldad del malo". En la iglesia de la Santa Cruz, para la comunión se usa habitualmente este cáliz, siempre que lo pidan los fieles.

De igual modo en esta ciudad se ha de visitar el cuerpo de San Evurcio, obispo y confesor. Y también en la misma ciudad, en la iglesia de San Sansón, se ha de visitar el cuchillo que verdaderamente se usó en la última cena del Señor.

También se ha de visitar en el mismo camino, a orillas del Loira, el glorioso cuerpo de San Martín (33), obispo y confesor, a quien se atribuye haber resucitado a tres muertos, y de quien se cuenta que devolvió la ansiada salud a leprosos, energúmenos, locos, erráticos, lunáticos y demoníacos, y demás enfermos. El sarcófago, en el que, junto a la ciudad de Tours (34), reposan sus sagrados restos, refulge con gran cantidad de oro y plata y piedras preciosas, y resplandece con frecuentes milagros. Sobre él se levanta una enorme basílica (35) de admirable fabrica, puesta bajo su advocación a semejanza de la de Santiago. A ella acuden los enfermos y se curan, los endemoniados quedan libres, los ciegos ven, los paralíticos se yerguen y toda clase de enfermedades sana, por lo que su excelsa fama se ha difundido por todas partes con dignas alabanzas, para gloria de Cristo. Su festividad se celebra el 11 de noviembre.

Luego ha de visitarse, en la ciudad de Poitiers, el santísimo cuerpo de San Hilario (36), obispo y confesor. Este santo, entre otros milagros, derrotó, lleno de virtud de Dios, la herejía arriana, y nos enseñó a mantener la unidad de la fe. Y el hereje Arrio no pudiendo soportar sus sagradas enseñanzas, abandonó el Concilio, y murió feamente en las letrinas aquejado de una espantosa descomposición de vientre. Además, la tierra, elevándose debajo de San Hilario prestándole asiento. Con su sola voz hizo saltar los cerrojos de las puertas del Concilio; por la fe católica permaneció desterrado en una isla de Frisia (37) durante cuatro años: En Potiers; a una madre que lloraba, le devolvió su hijo, muerto prematuramente con doble muerte (38). Su sepultura, en la que descansan sus sacratísimos y venerables huesos, está adornada con abundante oro, plata y piedras preciosas, y su basílica, enorme y espléndida, es venerada por sus frecuentes milagros. Su sagrada solemnidad se celebra el 13 de enero (39).

Asimismo ha de ser visitada la venerable cabeza de San Juan Bautista (40), traída de manos de unos religiosos desde tierras de Jerusalén hasta un lugar que se llama Angély, en tierras de Poitou, donde un gran basílica de admirable traza se levanta bajo su advocación, en la cual la santísima cabeza es venerada día y noche por un coro de cien monjes, y se ve esclarecida con innumerables milagros. Durante su traslado esta cabeza obró innumerable milagros por tierra y mar. Pues en el mar ahuyentó muchos peligros de la navegación, y en tierra, según relata el códice de su traslado, volvió a la vida a algunos muertos. Por lo cual se cree que aquél, es con toda certeza la cabeza auténtica del venerable Precursor. Su invención tuvo lugar el 24 de febrero, en tiempos del emperador Marciano (41), cuando el mismo Precursor reveló primero a dos monjes el lugar en el que su cabeza yacía escondida.

Camino de Santiago han de visitar devotamente los peregrinos, en la ciudad de Saintes, el cuerpo de San Eutropio, obispo y mártir, cuya sagrada pasión escribió en griego San Dionisio, compañero suyo y obispo de París, enviándoselo luego por mediación del Papa San Clemente, a sus padres en Grecia, los cuales ya creían en Cristo. Esta exposición de su martirio la encontré hace tiempo en una escuela griega de Constantinopla, en cierto códice que contenía los martirios de muchos santos mártires, y lo traduje, lo mejor que pude, del griego al latín, para gloria de Nuestro Señor Jesucristo y de su santo mártir Eutropio. Comenzaba así:

"Dionisio, obispo de los francos, griego por su prosapia, al reverendísimo Papa Clemente, salud en Cristo. Os notificamos que Eutropio, a quien enviasteis conmigo a predicar el nombre de Cristo en estas tierras, ha recibido de manos de los infieles la corona del martirio por la fe del Señor en la ciudad de Saintes. Por lo cual suplico humildemente a Vuestra Paternidad que no dilatéis enviar, lo más rápidamente posible a mis parientes, conocidos y fieles amigos de las tierras de Grecia, y especialmente de Atenas, este códice de su pasión, para que ellos y los demás, que en otro tiempo recibieron junto conmigo del apóstol San Pablo las aguas de la nueva regeneración, al oír que un glorioso mártir ha sufrido cruel muerte por la fe de Cristo, se alegren de haber sufrido tribulaciones y sufrimientos por el nombre de Cristo. Y si por casualidad recibiesen de la furia de los gentiles algún tipo de martirio, sepan aceptarlo pacientemente por Cristo, y no lo teman en exceso. Pues todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo es necesario que padezcan oprobios de los impíos y de los herejes, y que sean despreciados como locos y necios. Porque conviene que entremos en el reino de Dios mediante muchas tribulaciones."

Lejos en cuerpo de ti, pero próximo en alma y deseos,
Dígote aquí un "sigue bienadiós" que para siempre sea". (42)

El glorioso mártir de Cristo Eutropio, amable obispo de Saintes, nacido de la estirpe gentil de los persas, fue oriundo de la más excelsa prosapia de todo el mundo; pues lo engendró según la carne, de la reina Guiva, el emir de Babilonia llamado Jerjes. Nadie pudo ser más sublime que él en linaje, ni más humilde en fe y obras después de su conversión. Educóse en su infancia, en la cultura caldea y griega, igualándose en prudencia y sabiduría a los más altos personajes de todo el reino. Deseando comprobar si en la corte del rey Herodes había alguien con más curiosidad que él, o algo desconocido para él, se dirigió a Galilea.

Durante el tiempo que permaneció en la corte, le llego el rumor de los milagros del Salvador, y se puso a buscarle de ciudad en ciudad. Encontrándole cuando marchaba a la orilla opuesta del mar de Galilea, es decir, Tiberíades, con una incontable muchedumbre de gente que le seguía, atraída por sus milagros. Entonces, por disposición de la divina gracia, aconteció aquel día que el Salvador, en su inefable largueza, y estando presente Eutropio, sació con cinco panes y dos peces a cinco mil personas. A la vista de este milagro y oída la fama de todos los demás, creyendo ya el joven Eutropio un poco en El, y deseando hablarle, no se atrevía porque temía la severidad de su preceptor Nicanor, a quien su padre, el emir, había confiado su custodia.

Sin embargo, saciado con el pan de la gracia divina, se dirigió a Jerusalén y, adorando al Señor en el templo, a la manera de los gentiles, regresó a la casa de su padre, a quien comenzó a narrarle todo lo que atentamente había visto en la tierra de donde venía, de esta manera:

"He visto -dijo- a un hombre llamado Cristo, a quien en todo el mundo no puede hallársele semejante. Da la vida a los muertos, la limpieza a los leprosos, la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el vigor perdido a los paralíticos y la salud a toda clase de enfermos. ¿Que más? Ante mis ojos sació con cinco panes y dos peces a cinco mil hombres. Y con las sobras llenaron sus discípulos doce cestos. Donde él está no puede haber lugar para el hambre, el frío o la muerte. Si el Creador del cielo y de la tierra se dignase enviarle a nuestro país, ojalá te dignases bríndale el debido honor".

Oyendo, pues, el emir estas cosas y otras semejantes de su hijo, planeaba en silencio cómo podría verle. Poco tiempo después, apenas conseguida licencia del rey, deseando el muchacho ver al Señor de nuevo, marchó a Jerusalén para orar en el templo. Le acompañaba Warradac (43), general de los ejércitos, y Nicanor, camarero del real y preceptor del niño, y otros muchos nobles que el emir le había asignado para su custodia. Cierto día, al volver éste del templo, encontróse a las puertas de Jerusalén con el Señor, que volvía de Betania, donde había resucitado a Lázaro, entre innumerables turbas que confluían de todas partes. Viendo como los hijos de los hebreos y otras multitudes de gentiles, saliéndole al encuentro, extendiendo flores y ramas de palmeros, olivos y otros árboles por el camino por donde había de pasar, a modo de alfombra, y gritando "¡Hosanna el hijo de David!", alegrándose de modo indecible, se puso solícitamente a extender flores afanosamente ante él. Entonces supo por algunos que El había resucitado de entre los muertos a Lázaro, a los cuatro días de fallecido, y se alegró más aún. Pero, como la excesiva multitud de gentes que afluían por doquier no le dejaban ver bien al Salvador, comenzó a entristecerse sobremanera, pues se contaba él entre aquellos de quienes testifica Juan en su Evangelio, diciendo: "Había, pues, algunos gentiles (44) entre los que habían venido para adorar en el día de la fiesta, los cuales se acercaron a Felipe, que era de la ciudad de Betsaida, y le dijeron: Señor, queremos ver a Jesús"... Y Felipe, en compañía de Andrés, lo comunicó al Señor y enseguida San Eutropio con sus acompañantes, lo pudo contemplar abiertamente y con gran alegría comenzó a creer en El ocultamente.

Por último se le unió del todo, pero temía la opinión de sus compañeros, a quienes su padre había encargado taxativamente que lo protegiesen eficazmente y le devolviesen a su lado. Entonces supo por algunos que los judíos iban a dar muerte al Salvador y, no queriendo contemplar la muerte de tan gran hombre, partió de Jerusalén al día siguiente. Y habiendo regresado al lado de su padre contó cuidadosamente a todos, punto por punto, en su patria, cuanto del Salvador había visto en tierras de Jerusalén.

Tras una breve estancia en Babilonia, ansioso de unirse por completo al Salvador y creyéndole todavía vivo corporalmente, volvió de nuevo a Jerusalén, a los cuarenta y cinco días, con un escudero, sin saberlo su padre. Cuando oyó que el Señor al que ocultamente amaba había sido crucificado y muerto por los judíos, mucho se dolió, más al saber que había resucitado de entre los muertos, que se había aparecido a sus discípulos y que triunfalmente había ascendido a los cielos, comenzó a alegrarse mucho. Finalmente, unido a los discípulos del Señor el día de Pentecostés, supo con todo detalle por ellos cómo el Espíritu Santo había descendido sobre ellos en forma de lenguas de fuego, había colmado sus corazones y les había enseñado toda clase de lenguas.

Lleno del Espíritu Santo regresó a Babilonia y enardecido de amor a Cristo, pasó por la espada a los judíos que encontró en su patria, en castigo por aquellos que en Jerusalén habían condenado a muerte al Señor. Y pasado algún tiempo, al distribuirse los discípulos del Señor hacia las diversas regiones de la tierra, por disposición divina aquellos dos candelabros de oro, radiantes de fe, a saber, los apóstoles del Señor Simón y Tadeo, se dirigieron a Persia. Llegados a Babilonia, expulsaron de sus confines a los magos Zaroen y Arfaxat, que con vacías palabras apartaban a las gentes de la fe. Ambos comenzaron a esparcir por doquier las semillas de la vida eterna y a brillar con toda suerte de milagros. Alegre por su llegada, el santo niño Eutropio, incitaba al rey a abandonar los falsos ídolos de los gentiles, para abrazar la fe cristiana, por la que merecería alcanzar el reino de los cielos. ¿Y a qué más? Enseguida, por la predicación apostólica, el rey y su hijo con grandísimo número de ciudadanos de Babilonia se regeneraron con la gracia del bautismo, recibido de las manos de los mismos apóstoles. Por último, convertida a la fe del Señor; toda la ciudad, los apóstoles constituyeron la iglesia con toda su jerarquías: A Abdías, hombre de confianza, imbuido de la doctrina evangélica, a quien habían traído consigo de Jerusalén, le ordenaron obispo del pueblo cristiano, así como a Eutropio archidiácono, y marcharon a predicar la palabra de Dios a otras ciudades. No mucho tiempo después remataron en otro lugar la vida presente por medio del triunfo del martirio.

San Eutropio escribió en caldeo y en griego su pasión y, habiendo oído la fama de los milagros y prodigios de San Pedro, príncipe de los apóstoles, que por entonces ejercía en Roma los deberes del apostolado, renunciando por completo al mundo y recibida con licencia de su obispo, pero a espaldas de su padre, marchó a Roma. Fue recibido amablemente por San Pedro, instruido por él en los preceptos del Señor habiendo pasado a su lado algún tiempo, hasta que por mandato y recomendación de San Pedro emprende con otros hermanos la evangelización de la Galia.

Al entrar en la ciudad llamada Saintes, hallándola muy bien guarnecida en todo su perímetro de antiguas murallas, adornada con altas torres, en un excelente emplazamiento, de una proporción y dimensiones adecuadas, abundante en toda suerte de riquezas y provisiones, colmada de hermosos prados y de claras fuentes; atravesada por un gran río, rodeada de fértiles huertos, pomaradas y viñedos; envuelta en saludable atmósfera, de amenas plazas y calles atractivas por muchos encantos. Comenzó San Eutropio en su celoso afán, a pensar que Dios se dignaría convertir el error de los gentiles y del culto de los ídolos a una ciudad tan bella y tan notable y someterla a la ley de Cristo.

Así, pues, andando por sus plazas y calles predicaba constantemente la palabra de Dios. En cuanto se percataron los ciudadanos de Saintes, que aquel hombre era extranjero y oyeron en su predicación las palabras Santísima Trinidad y bautismo, hasta entonces desconocidas para ellos, llenos de indignación le expulsaron de la ciudad, tras quemarle con teas y azotarle cruelmente con enormes varas. Soportando pacientemente esta persecución, se construyó en un monte cerca de la ciudad una cabaña de troncos, en la que moró largo tiempo. Durante el día predicaba en la ciudad, y la noche la pasaba en la choza en medio de vigilias, oraciones y lágrimas.

Al no conseguir convertir al cristianismo, tras un larguísimo período de tiempo, más que a unas pocas personas, recordó el mandato del Señor: "Si algunos no os recibieren o no escucharen vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies". Entonces volvió de nuevo a Roma en donde, crucificado ya San Pedro, y recibió de San Clemente, que ya era Papa, la orden de regresar a la citada ciudad y, predicando las enseñanzas del Señor, aguardase en ella la corona del martirio. Finalmente, recibido el orden episcopal del mismo Papa junto con San Dionisio, que desde Grecia había ido a Roma, y con los demás hermanos que el mismo san Clemente enviaba a predicar a la Galia, llegó a Auxerre (45). Allí despidiéndose con abrazos de divino amor y lacrimosos saludos, marchó San Dionisio con sus compañeros a la ciudad de París, y San Eutropio, volvió a Saintes fortalecido en su ánimo a sufrir el martirio y lleno de cristiano celo, se fortaleció a sí mismo diciendo: "El señor es mi ayuda, no temeré lo que me haga el hombre." "Aunque los perseguidores maten mi cuerpo no pueden matar mi alma." "La piel por piel! Cuanto el hombre tiene lo dará gustoso por su alma".

Entonces, entrando constantemente en la ciudad, predicaba como un loco la fe del señor, insistiendo a tiempo y a destiempo y enseñando a todos la Encarnación, Pasión, Resurrección y Ascensión de Cristo, con los demás sufrimientos que se dignó afrontar por la salvación del género humano. Proclamaba además a todos, que solo puede entrar en el reino de Dios quien hubiera renacido por el agua y el Espíritu Santo. Por las noches se albergaba en la citada cabaña, como anteriormente. Así, pues, con su predicación y la pronta asistencia de la divina gracia, fueron bautizados por él muchos paganos de aquella ciudad.

Entre ellos se regeneró con las aguas bautismales una hija del rey de la misma, llamada Eustella. Al saberlo su padre, abominó de ella y la expulsó de la ciudad. Más ella, consciente de que había sido expulsada por amor de Cristo, se fue a vivir junto a la choza del santo varón. El padre, afligido por el amor de su hija, le envió frecuentes mensajeros para que volviese a casa, pero ella respondió que prefería vivir fuera de la ciudad por amor de Cristo que volver a ella y contaminarse con la idolatría.

Preso de cólera su padre, convoca a los sicarios de toda la ciudad en numero de ciento cincuenta, y les ordena dar muerte a San Eutropio y a traerle a la muchacha a casa. El día 30 de abril, acompañados de una multitud de gentiles, se llegaron los verdugos a la choza del santo varón donde primero le lapidaron, azotándole luego desnudo con palos y correas plomeadas, para darle finalmente muerte, cortándole la cabeza con segures y hachas. La muchacha, por su parte, en unión de algunos cristianos, le enterró por la noche en su cabaña y, durante toda su vida no dejó de venerarle con continuas vigilias, luminarias y santas exequias. Al partir de este mundo con santa muerte, ordenó que la sepultaran junto al sepulcro de su maestro, en un campo libre suyo. Más tarde, sobre el santísimo cuerpo de San Eutropio levantaron los cristianos en su honor y bajo la advocación de la santísima e individua Trinidad una gran iglesia de admirable traza, en la que muchas veces se curan los enfermos de toda clase de enfermedades, se yerguen los paralíticos, los ciegos recobran la vista y los sordos el oído, los endemoniados quedan libres, y se presta una salvadora ayuda a todos los que de corazón la pidieren. Sobre sus muros suspenden los presos las cadenas de hierro, las argollas, y otros varios instrumentos de diversa naturaleza, de los que San Eutropio libró a los atados con ellos. Que él mismo, pues, con sus dignos méritos y súplicas nos consiga el perdón de Dios, nos purifique de nuestros pecados, avive en nosotros las virtudes, encamine nuestras vidas, en el peligro de la muerte nos arranque de las bocas del infierno, en el juicio final aplaque la tremenda ira del eterno Juez, y nos conduzca al excelso reino de los cielos. Con la gracia de nuestro Señor Jesucristo que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios, por los infinitos siglos de los siglos. Amén.

A continuación en la costa, junto a Blaye, se ha de pedir la protección de San Román (46), en cuya iglesia descansa el cuerpo del bienaventurado mártir Roldán, quien siendo de noble linaje, a saber, conde del rey Carlomagno, uno de los doce pares, que animado por el celo de la fe, penetró en España para combatir a los pueblos infieles. Tenía tanta fuerza que, según se cuenta, en Roncesvalles, partió por medio un peñasco de arriba a bajo con tres golpes de su espada, e igualmente rajó por medio su trompa haciéndola sonar con el aire de su pecho. Su trompa de marfil, hendida, está en la iglesia de San Severino (47) en la ciudad de Burdeos, y sobre el peñasco de Roncesvalles se levanta una iglesia.

Después de haber ganado Roldán numerosas batallas contra los reyes gentiles, y de haber sufrido la fatiga del hambre, del frío y de los excesivos calores, víctima, por amor de Dios, de durísimos golpes y constantes heridas, herido con flechas y lanzas, se cuenta que por último murió de sed en el referido valle, como insigne mártir de Cristo. Sus propios compañeros enterraron con digna veneración su sacratísimo cuerpo en la iglesia de San Román en Blaye.

A continuación, en la ciudad de Burdeos, ha de visitarse el cuerpo de San Severino (48), obispo y confesor. Cuya festividad se celebra el 23 de octubre (49).

Igualmente se han de visitar en las Landas de Burdeos, en la villa que se llama Belín, los cuerpos de los santos mártires Oliveros, Gandelbodo, rey de Frisia, Ogiero, rey de Dacia, Arestiano, rey de Bretaña, Garín, duque de Lorena, y de otros muchos guerreros de Carlomagno, que, tras derrotar a los ejércitos paganos, fueron muertos en España, por la fe de Cristo. Cuyos preciosos cuerpos llevaron sus compañeros hasta Belín y los enterraron allí respetuosamente. Yacen, pues, todos juntos en un único sepulcro del cual se exhala un suavísimo aroma que cura a los que lo aspiran.

A continuación, en España hay que visitar el cuerpo de Santo Domingo, confesor, que construyó el tramo de calzada en el cual reposa, entre la ciudad de Nájera y Redecilla del Camino.

Hay que visitar también los cuerpos de los santos mártires Facundo y Primitivo, cuya basílica levantó Carlomagno. Junto a la villa de éstos se encuentran la alameda en la que se dice que reverdecieron las astas de las lanzas de los guerreros, clavadas en el suelo. Se celebra su solemnidad el 27 de noviembre.

Luego, en la ciudad de León, se ha de visitar el venerable cuerpo de San Isidoro (50), obispo, confesor y doctor, que instituyó una piadosa regla para los clérigos de su iglesia, y que ilustró a los españoles con sus doctrinas y honró a toda la Santa Iglesia con sus florecientes escritos.

Finalmente, en la ciudad de Compostela se ha de visitar, con sumo cuidado y devoción el cuerpo del dignísimo apóstol Santiago.

Que todos estos santos, con todos los demás santos de Dios, nos asistan con sus méritos y súplicas ante Nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios por los infinitos siglos de los siglos. Amén.

(1)

San Trófimo, obispo de Arlés en el siglo I, dió su nombre a la catedral, de la cual se remontan ciertas partes a la época de la Guía; más no se trata del mismo Trófimo mencionado por San Pablo en su Epístola II a Timoteo 4, 20.

(2)

San Zósimo, papa (417-18) y autor de epístolas acerca de los privilegios de la iglesia de Arlés y otros asuntos.

(3)

San Cesáreo, arzobispo de Arlés hacia 502-43 y el mayor predicador popular de la Iglesia latina, fundó un monasterio de monjas con su hermana abadesa y bajo una regla suya. Su festividad cae el 27 de agosto. El 1º de noviembre se celebra el martirio de otros dos santos del mismo nombre, San Cesáreo de Terracina y San Cesáreo de Damasco.

(4)

San Honorato de Lerins (t 429), fundador en esta isla, frente a Cannes, de un monasterio y de una escuela que gozaron de gran fama, y obispo de Arlés. Su discípulo y sucesor Hilario de Arlés fué biógrafo. Existe aún en Aliscamps la iglesia de San Honorato (y San Ginés) con muros carolingios, aunque reformada varias veces.

(5)

San Ginés, soldado y escribano en Arlés, martirizado un 25 de agosto a principios del siglo IV; pero hay otro San Ginés, actor y mártir bajo Diocleciano -patrono de los actores-, y un tercero, confesor, cuyos restos descansan cerca de Cartagena, lo cual explica la confusión del texto.

(6)

Trinquetaille (Trenquatalla) es un "faubourg" de Arlés, según Bédier y Mlle. Vielliard, quie añade que la columna estuvo en su sitio hasta 1806 y dió a la iglesia el nombre de Saint-Genès de la Colonne, y cita sobre la difusión del culto del santo y sus homónimos en Francia, Italia y en particular España.

(7)

Se traduce por vaso la palabra cypho que está seguramente por scypo; pero según Gómez-Moreno cipho designaba un canuto para sorber.

(8)

El cementerio de Aliscamps (Aliscampis) databa de la época romana. Consagrado por San Trófimo, nació la creencia de que Jesucristo en persona había aparecido en el momento de la cremonia por lo cual fué el lugar apetecido por los cristianos de Arlés para sepultura. El gran número de sepulcros en él reunidos dió origen a la leyenda de haber sido enterrado allí un ejército, que tuvo dos manifestaciones: la de que allí yacían los guerreros de Carlomagno, recogida aquí en el Libro IV (Turpín) al final del capítulo XXI, y la de que allí habían tenido lugar sangrientas batallas contra los sarracenos, que encontró eco literario en la Chanson des Aliscans, perteneciente al ciclo de Guillermo de Orange.

(9)

El texto de la edición latina dice dictatu intelligibili, pero parece mejor el sentido de inintelligibili. En cuanto a su tradución "dans une langue inintelligible" debe entenderse a lo más en sentido de que estaban en un latín difícil de leer o de entender.

(10)

Se alude a los incestuosos amores de Carlomagno que dieron por fruto a Roldán, según la leyenda que pugna con la que le hace hijo de Berta y Milón, y al legendario privilegio del santo para dispensar de la confesión.

(11)

El texto de la edición latina dice Tedet memori quia narrare nequeo y no resulta claro.

(12)

Nimes, capital hoy del departamento del Gard, es la antigua Nemausus, de cuyo florecimiento en la época romana dan fe los monumentos que conserva y entre los cuales sobresalen el anfiteatro, el templo de Diana y la famosa "Maison Carrée". Tuvo obispado en el siglo III.

(13)

En latín son dos hexámetros y aquí van traducidos como un dístico elegíaco. Los cuatro versos de más abajo forman dos dísticos elegíacos y son leoninos de rima imperfecta, y traducidos como dos dísticos van.

(14)

El texto latino dice trostee, genit. de trostera; pero se traduce como si fuera tructa, por "trucha".

(15)

Acerca de estas cuatro gentes observa Mlle. Vielliard lo siguiente: Que los Acta Sanctorum, septiembre, I, 286, hablan de la especial devoción de los húngaros a San Gil. Que no ha podido identificar a los "camelleros" (Cammelarii del texto, "Chameliers", en su traducción), y se pregunta si son verdaderamente conductores de camellos, como cree el abate Nicolás, o habitantes de alguna localidad, por ejemplo Chamaliéres o Saint-Camelle en el Aude. Esto parece más probable y en tal caso habría que decir mejor "cameleses" o "camelanos", o cosa parecida. Que los sansecuaneses (Sanctisequaninci, "Saints-Séquanais"), que dicho abate traduce por "Bourguignons", son más precisamente los habitantes de Saint -Seine; pero hay varias localidades con este nombre y no se sabe cuál se gloriaba de poseer las reliquias de San Gil. Que a los últimos (Constanciani Normanni) los hace el mismo abate de "Constance", lo cual es inadmisible, aunque tampoco sabe que Coutances (Manche) haya poseído o creído poseer el cuerpo del santo.

(16)

En la iglesia del Santo Sepulcro de Cambrai se veneraban las reliquias de San Gil.

(17)

Se identifica a este Felipe con Felipe Augusto, porque "juraba por los huesos, el brazo, la lanza de Santiago", lo cual es cronológicamente imposible, y no pudo ser otro que Felipe I (t 1108), pero nada prueba que este rey hiciera peregrinación a Compostela.

(18)

Guillermo de Aquitania, conde de Touluse y después monje de Gellone tras haber guerreado victoriosamente contra los sarracenos (t 28-V-812). Es el Guillermo de Orange de las gestas.

(19)

Los tres santos sufrieron el martirio de Agde, la antigua Agatha, el año 304. Sus cuerpos descansaban en la abadía benedictina de Saint-Thibéry, fundada hacia el 770 y destruída en la revolución. El río Hérault baja los Cévennes y desagua en el Mediterráneo poco después de pasar por Agde.

(20)

San Saturnino predicó también en Pamplona y en Toledo. El relato de su martirio es casi igual en la Légende Dorée de J. de Voragine. La basílica de Saint-Sernin en Toulouse era la más amplia y grandiosa réplica de la compostelana, con sus cinco naves.

(21)

Santa Fé nació en Agen, aunque según otros en Portugal, y fué martirizada en la persecución de Diocleciano a principios del siglo IV. El P.Croisset dice que su cuerpo fué trasladado varios siglos después al monasterio catalán de San Cugat del Vallés.

(22)

Conques de Rouergue, departamento del Aveyron, centro importante de devoción medieval con una abadía y una basílica en la cual han querido ver algunos arqueólogos franceses el modelo de la de Santiago.

(23)

San Maximino, primer obispo de Aix, uno de los setenta y dos díscipulos del Señor mencionados por San Lucas, 10, 1 y 17.

(24)

Aix, antigua capital de la Provenza, Aquae Sextiae de los romanos, donde Mario derrotó a los teutones el año 102 a.de C. Está en el departamento de Bouches-du-Rhône, cerca de Marsella.

(25)

Badilón o San Badilón, monje quizá de Vézelay que, según las tradiciones del monasterio, trasladó a él los restos de Santa María Magdalena desde Jerusalén o desde Aix y que con el nombre de Bedelón aparece en la canción de la gesta de Girara de Roussillon.

(26)

San Leonardo, confesor, perteneciente a una noble familia de la corte de Clodoveo.

(27)

Corbigny, pueblo del departamento del Nièvre, que debió su importancia a un monasterio benedictino fundado por Egila, abad de Flavigny (864). Dependió de aquí al principio, pero a fines del siglo XI se constituyó en abadía que fue reconocida definitivamente a principios del siglo XII. Hacia esta época se fija el traslado allí de los restos de San Leonardo, bajo cuya advocación quedó el monasterio.

(28)

Anjou, antigua provincia francesa cuyo nombre como el de su capital Angers se remonta al pueblo galo de los Andecavi. En la Edad Media constituyó un condado y luego un ducado que sucesivamente perteneció a la corona inglesa y a la francesa y fue independiente, hasta que se incorporó definitivamente al reino de Francia en 1480.

(29)

Bohemundo, hijo de Roberto Guiscardo, príncipe de Antioquía (t 1111), cayó en Oriente prisionero de los infieles en una expedición a Mesopotamia y fue rescatado dos años después.

(30)

Périgueux (Petragoricas) antigua capital de la tribu gala de Petrocorii y luego de la provincia de Périgord, cuyo nombre como el de la ciudad proceden del tribal, y actualmente del departamento del Dordoña. Fué obispado desde el siglo IV y conserva, con otros restos arqueológicos, su interesante catedral de cruz griega con los brazos cubiertos por cúpulas bizantinas aparentes al exterior. Sobre San Forntón, obispo, y el presbítero Jorge existe en el museo de Périgord un bajo relieve muy gastado que representa a San Pedro dando a San Frontón el báculo pastoral y que decoraba el piñón de la fachada de la iglesia del siglo XI.

(31)

San Evurcio, quizá sea un obispo que algunos calendarios flamencos conmemoran como el santo el 2 de febrero con el nombre de Euberto.

(32)

Orleáns,capital hoy del departamento del Loiret, sobre el codo del Loira, fué la antigua Cenabum cuya población fué casi aniquilada por César por haber iniciado la gran sublevación del año 52 a.de C. con la matanza de los comerciantes romanos. Reaparece luego con gran prosperidad y con el nombre de Aurelianus o Aureliani, base del actual. Tiene obispado desde el siglo IV y ha desempeñado importante papel en la historia de Francia, especialmente durante la guerra de los Cien Años, cuando su nombre se unió para siempre al de su libertadora Juana de Arco.

(33)

San Martín, obispo de Tours y confesor (t 397), santo muy popular por sus virtudes y milagros, cuya vida escribió y publicó a poco de su muerte su gran amigo el historiador Sulpicio Severo, ha contribuído mucho a su popularidad por haber dado origen a una literatura hagiográfica en torno suyo.

(34)

Tours, antigua capital de los galos Turones que se llamó Caesarodunum y tomó luego el nombre de la tribu, capital después de la Turena y hoy del departamento del Indre-et-Loire.

(35)

San Martín era el más célebre y el más frecuentado de los santuarios que los peregrinos encontraban en el más occidental de los caminos de Santiago, el que pasaba por Tours, Poitiers, Saintes y Burdeos. La basílica de San Martín hoy desaparecida fue el modelo común de las grandes iglesias de peregrinación, incluídas Saint-Sernin de Toulouse y Santiago de Compostela.

(36)

San Hilario, (¿310-367?), obispo de Poitiers de donde era natural, confesor y primer doctor de la Iglesia latina. Fue llamado el "San Atanasio de Occidente", por su lucha tenaz contra el arrianismo.

(37)

A Frigia o por lo menos al Oriente fué desterrado San Hilario al negarse a aceptar las fórmulas arrianas que pretendía imponer Constancio (350-60).

(38)

La muerte del cuerpo y del alma por haber muerto sin bautismo.

(39)

Actualmente la festividad de San Hilario se celebra el 14 de enero, porque el 13, día de su muerte, coincidía con la octava de la Epifanía.

(40)

Saint-Jean-d'Angély, departamento del Charente-Inférieure, que surgió en el siglo XI al cobijo de la abadía allí existente y adquirió gran prosperidad gracias a las peregrinaciones. En 1010 el abad Alduino anunció el descubrimiento de la cabeza del Bautista y convocó a varios soberanos para el acto de mostrarla a los fieles, al cual acudieron Roberto el Piadoso, de Francia, Sancho el Mayor, de Navarra, y otros principes, condes y prelados; pero ya el monje Ademar de Chabannes (988-1034) ponía en duda su autenticidad y los Acta Sanctorum (junio IV, 754 ss.) la dan como una invención fabulosa.

(41)

Parece referirse al emperador bizantino Marciano (450-57); pero el P.Croisset pone este acontecimiento en tiempos de Constantino (306-337) e indica la distribución de la reliquia.

(42)

Los dos versos en latín son hexámetros leoninos y traducidos un dístico elegíaco.

(43)

Este general es el Baradach que aparece en la vida de San Simón y San Judas Tadeo del P.Croisset.

(44)

Las traduciones de Nácar-Colunga y Bover-Cantera dicen "griegos" en vez de gentiles de la Vulgata, de acuerdo con el texto griego; mas como en el Nuevo testamento los griegos se oponen a los judíos, vienen a ser los gentiles.

(45)

Auxerre (Autisiodorum), capital del departamento del Yonne. Tuvo obispado desde mediado el siglo III y allí se celebró un concilio (578).

(46)

San Román, díscipulo de San Martín y evangelizador de Blavium, según cuenta Gregorio de Tours, fué enterrado allí a su muerte (385) y pronto se le tuvo por patrón de los viajeros y marineros. Antes del 593 se fundó en su honor en Blaye una abadía de agustinos que fué destruída por los ingleses en 141 y la iglesia demolida por Luis XIV en 1676.

(47)

La colegiata de San Severino o Saint-Seurin es una de las más antiguas iglesias de Burdeos, edificada sobre un cementerio galo-romano. La Chanson de Roland atribuye a Carlomagno el haber depositado en ella el olifante, que según Turpín fué trasladado indignamente de San Román de Blaye.

(48)

En esta misma iglesia entierra también a Oliveros y al arzobispo Turpín la Chanson de Roland.

(49)

San Severino, obispo de Burdeos hacia 410-420 y patrono de la ciudad. Tuvo allí dedicada una abadía primero de benedictinos y después de acnónigos regulares. Fué también obispo de Colonia.

(50)

San Isidoro de Sevilla (570?-636), el ilustre metropolitano hispalense, universalmente conocido por su enciclopédica labor literaria en que recogió gran parte del saber antiguo y lo transmitió a la posteridad. En Sevilla nació y murió, y fue allí sepultado en la iglesia de San Vicente; pero en 1063 Fernando I trasladó sus restos a León donde erigió para albergarlos la magnífica iglesia románica de su nombre.