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Así pues, concedidas las treguas entre ellos, salió Aigolando con sus ejércitos de la ciudad y, dejándolos junto a ésta, fue con sesenta de sus magnates a una milla de distancia de la ciudad. Y los ejércitos de Aigolando y de Carlomagno estaban entonces en un espléndido llano que hay junto a la ciudad, y que de ancho y de largo tiene seis millas. El camino de Santiago separaba a los dos ejércitos. Entonces Carlomagno dijo a Aigolando:
- Tú eres Aigolando, el que me arrebataste alevosamente mi tierra. Con el invencible brazo del poder de Dios conquisté la tierra de España y de Gascuña, las subyugué a las leyes cristianas y sometí todos los reyes a mi imperio. Pero tú, al volver yo a la Galia, mataste a los cristianos de Dios, devastaste mis ciudades y castillos y pasaste a sangre y fuego toda mi tierra, por todo lo cual te expongo ahora mis grandes quejas.
Apenas reconoció Aigolando su lengua árabe que Carlomagno hablaba, se admiró y alegró mucho. Pues Carlomagno había aprendido la lengua sarracena en la ciudad de Toledo (1), en la que había vivido algún tiempo de joven. Entonces Aigolando contestó a Carlomagno:
- Te ruego me digas por qué quitaste a nuestro pueblo una tierra que no te corresponde por derecho hereditario, y que no poseyeron ni tu padre, ni tu abuelo, ni tu bisabuelo, ni tu tatarabuelo.
- Por esto, replicó Carlomagno; porque Nuestro Señor Jesucristo, creador del cielo y de la tierra, eligió entre todas los pueblos al nuestro, es decir, al cristianismo, y estableció que dominase sobre todos los pueblos del mundo, y por esto he sometido a nuestra religión, en cuanto me ha sido posible, a tu pueblo sarraceno.
- Es muy indigno, dijo Aigolando, que mi pueblo esté sometido al tuyo, siendo así que nuestra religión es mejor que la vuestra. Nosotros tenemos a Mahoma, que fue un profeta de Dios enviado a nosotros por El, y cuyos preceptos cumplimos; es más tenemos dioses omnipotentes, que por mandato de Mahoma nos descubren el futuro, a los cuales reverenciamos y por los que vivimos y reinamos.
- En eso yerras, Aigolando, replicó Carlomagno; porque los mandamientos de Dios los guardamos nosotros; vosotros observáis los vanos preceptos de un hombre vano; nosotros creemos en dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y lo adoramos; vosotros creéis en el diablo y lo adoráis en vuestros ídolos. Nuestras almas, por la fe que tenemos, van después de la muerte al paraíso y a la vida eterna; las vuestras marchan al infierno. De donde se muestra que nuestra religión es mejor que la vuestra. Por lo cual, recibe el bautismo tú y tu pueblo, y vive, o ven a combatir contra mí y recibe una afrentosa muerte.
- Lejos de mí, contestó Aigolando, el recibir el bautismo y el renegar de Mahoma, mi Dios omnipotente; antes al contrario, pelearemos yo y mi pueblo contra ti y el tuyo, a condición de que si nuestra religión es más grata a Dios que la vuestra, os venzamos; y, si vuestra religión es mejor que la nuestra, nos venzáis. Y se llenen eternamente de oprobio los vencidos, y de fama y gloria los vencedores. Además, si es vencido mi pueblo, yo recibiré el bautismo, si sobrevivo.
Lo cual fue concedido por ambas partes. Inmediatamente se eligieron en el campo de batalla veinte caballeros cristianos contra veinte sarracenos, y comenzaron a combatir con la condición citada. Pero ¿Qué más? Al punto fueron muertos todos los sarracenos. Después se enviaron cuarenta y fueron muertos sarracenos. Luego se mandaron cien contra cien y todos los moros fueron muertos. De nuevo se envían cien contra cien y al instante los cristianos, que retrocedían, fueron muertos, porque huyeron temiendo morir.
Estos, pues, representan el tipo de los fieles soldados de Cristo, porque los que quieren pelear por la fe de Dios, de ninguna manera deben retroceder. Y así como aquellos fueron muertos porque huyeron hacia atrás, así también los fieles de Cristo, que deben luchar valientemente contra los vicios, si retroceden, morirán vergonzosamente en ellos. Pero los que luchan bien contra los vicios matarán prestamente a los enemigos, esto es, a los demonios, que los manejan. No será coronado nadie, dice el Apóstol, sino quien haya luchado debidamente.
Después se envían doscientos contra doscientos y enseguida son muertos todos los sarracenos. Finalmente se envían mil contra mil, y al punto son muertos todos los sarracenos. Entonces, concedida una tregua por ambas partes, llegó Aigolando para hablar a Carlomagno, afirmando que la religión de los cristianos era mejor que la de los sarracenos. Y prometió a Carlomagno que al día siguiente recibirá el bautismo él y su pueblo. Así, pues, volvió a sus gentes y dijo a los reyes y magnates que él quería recibir el bautismo. Y mandó a todas sus gentes que se bautizasen todos. Lo cual unos consintieron y otros rehusaron.
(1) Alude a la leyenda de la estancia de Carlomagno en la corte musulmana de Toledo, recogida en el Mainet y en la Primera Crónica General.