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Yerran por completo los que dicen que es apócrifa la pasión mayor de Santiago, ignorando que concuerda con la pasión menor, que sacamos de la Historia eclesiástica y que se tiene por muy autorizada. Pues en las dos se cuenta que un criado de Herodes, llamado Josías, llevó preso al Apóstol a instigación de los judíos ante el tribunal de aquél, y que movido luego a penitencia al ver el milagro del enfermo, confesó ser cristiano y, renacido por la gracia del bautismo, fue coronado por el triunfo del martirio con el propio Apóstol. Por otra parte, concuerda bien esta pasión con San Lucas, que dice: "El rey Herodes puso sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia y dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada". Y nada he hallado en ella digno de enmienda, a no ser el nombre del padre de Herodes, lo cual he enmendado conforme a la verdad de los Hechos de los Apóstoles diciendo: El rey Herodes mandó degollarle. La bellísima controversia y admirable conversión de Hermógenes que en ella se contienen nadie debe rechazarlas, sino admitirlas y leerlas por amor al Apóstol. Contiene testimonios proféticos de la encarnación, natividad, pasión, resurrección y ascensión del Señor, y por eso principalmente resulta más estimable. La oración del Apóstol, que va al final de esta pasión, la he traducido de los libros griegos al latín y la muerte de Herodes, que por razón del Apóstol le infirió un ángel, la he expuesto según el libro de los Hechos de los Apóstoles. Por lo cual esta pasión debe leerse toda sin cuidado en las iglesias y en los refectorios.
Después de la ascensión del Señor a los cielos, el apóstol de nuestro Señor Jesucristo Santiago, hermano de Juan, apóstol y evangelista, visitaba toda la Judea y Samaria, y entrando en las sinagogas enseñaba según las Sagradas Escrituras todas las cosas anunciadas por los profetas, que en nuestro Señor Jesucristo se habían cumplido. Sucedió, pues, que un tal Hermógenes, mago, le mandó a un discípulo suyo llamado Fileto. El cual, llegándose con algunos fariseos a Santiago, intentaba demostrar que Jesucristo el Nazareno, de quien se decía apóstol, no era el verdadero Hijo de Dios, según las Sagradas Escrituras. Fileto, habiendo vuelto a Hermógenes, le dijo: "Sabrás que no he podido vencer a Santiago, el que se llama siervo del Dios Nazareno y apóstol suyo, porque en su nombre le he visto echar a los demonios de los cuerpos de los posesos, dar luz a los ciegos, limpiar a los leprosos y otros muy amigos míos afirman haberle visto resucitar muertos. Pero ¿a qué extendernos más?. Sabe de memoria todas las Sagradas Escrituras y con ellas prueba que no es otro el Hijo de Dios sino Aquel que crucificaron los judíos. Sigue, pues, mi consejo y llégate a él y pídele perdón, porque si no lo haces sábete que tu arte mágica de nada te servirá en absoluto. Por mi parte sabe también que me vuelvo a él a pedirle el favor de ser su discípulo". Hermógenes, al oír esto, se llenó de envidia y ató a Fileto de tal modo que no podía moverse, y le decía: "A ver si tu amigo Santiago te suelta de esas ligaduras". Fileto entonces envió a su criado corriendo en busca de Santiago, quien así que el criado llegó y le dio la noticia envió su pañuelo a Fileto diciendo: "Que tome esto y diga: Jesucristo, el Señor, pone en pie a los lisiados y también suelta a los atados". Y en seguida que le tocó con el pañuelo el que se lo había traído, libre de las ligaduras del mago, marchó corriendo a Santiago, mofándose de las malas artes de aquél. Hermógenes, dolido de que se burlase de él, invocó a los demonios con sus artes y los mandó contra Santiago, diciéndoles: "Andad pronto y traedme acá al propio Santiago, y con él a mi discípulo Fileto para vengarme de él y que no se atreva a mofarse de mí otro tanto mis otros discípulos". Llegaron, pues, los demonios a donde Santiago hacía oración y comenzaron a dar gritos en el aire diciendo: "Santiago, apóstol de Dios, ten compasión de nosotros, que antes de llegar el tiempo de nuestra quema ya estamos ardiendo". Preguntóles Santiago: "¿A qué habéis venido a mí?" Y le respondieron los demonios: "Nos ha mandado Hermógenes para que le llevásemos a ti y a Fileto, pero en seguida que entramos aquí nos ató un ángel santo del Señor con cadenas de fuego y estamos sufriendo tormentos". El apóstol Santiago les dijo: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que os suelte el ángel de Dios, pero a condición de que volváis a Hermógenes y me lo traigáis atado sin hacerle daño". Marcharon ellos, le ataron las manos a la espalda con cuerdas y así lo trajeron, diciéndole: "Nos mandaste a donde nos prendieron fuego y fuimos atormentados y aniquilados en forma insufrible". Y traído ante Santiago le dijo el apóstol de Dios: "Eres el más necio de los hombres al creer que tienes arreglo con el enemigo del género humano. ¿Por qué no piensas a quién rogaste que te enviase para hacerme daño a sus ángeles, a quienes aún no he permitido yo que te demuestren su furia?". Gritaban también los propios demonios diciendo: "Entréganoslo a nosotros para que podamos vengar tus injurias y nuestra quema". Respondióles el Apóstol: "Ahí tenéis delante a Fileto. ¿Por qué no le cogéis?". Pero los demonios contestaron: "No podemos tocar ni a una hormiga en tu aposento". Entonces dijo Santiago a Fileto: "Para que entiendas que esta es la escuela de nuestro Señor Jesucristo y aprendan los hombres a devolver bien por mal, él te ató a ti, suéltale tú a él; él intentó llevarte ante sí atado por los demonios, tú a él por los demonios apresado, déjale marchar libre". Mas cuando Fileto le soltó Hermógenes, confuso y humilde y consternado, permanecía quieto. Santiago le dijo: "Vete libre adonde quieras, porque no entra en nuestras normas que nadie se convierta contra su voluntad". A lo que contestó Hermógenes: "He visto la ira de los demonios, y si no me das algo que lleve conmigo me cogerán y me matarán entre tormentos". Entonces le dijo Santiago: "Toma mi bordón de viaje y vete tranquilo con él a donde quieras". Y habiendo recibido el báculo del Apóstol se fue a casa y lo puso sobre su cuello y sobre los de sus discípulos. Y trajo ante el apóstol de Dios mochilas llenas de libros y se puso a quemarlos. Santiago le dijo: "Para que el hedor de la quema no moleste por acaso a los desprevenidos, mete dentro de las mochilas piedras y plomo y haz que las echen al mar".
Hecho esto volvió Hermógenes y se echó a los pies del Apóstol, diciéndole con ruegos: "Liberador de las almas, recibe arrepentido a quien envidioso e infamador has soportado hasta ahora". Respondiéndole dijo Santiago: "Si has ofrecido a Dios un arrepentimiento verdadero, conseguirás también su verdadero perdón". A lo que dijo Hermógenes: "Tan sincero arrepentimiento ofrezco a Dios que todos mis libros en los que había presunciones ilícitas los he tirado, renunciando a la vez a todas las artes del enemigo". Respondióle el Apóstol: "Vete ahora por las casas de aquellos a quienes pervertiste a reclamar debidamente para su Señor a los que le quitaste, y enseña que es verdad lo que decías ser mentira y que es mentira lo que decías ser verdad. Rompe también el ídolo que adorabas y las adivinaciones que pensabas que él te respondía. Los dineros que adquiriste con el mal obrar gástalos en obras buenas para que, como has sido hijo del diablo imitando al diablo, te hagas hijo de Dios imitando a Dios, que diariamente concede beneficios aun a los ingratos y da alimentos a los que de El blasfeman. Porque si cuando eras malo para con Dios el Señor fue bueno para contigo, ¿cuánto más no será benigno para ti si dejas de ser malo y das en complacerle con buenas obras?". Diciendo Santiago estas cosas y otras parecidas a todas asentía Hermógenes, y así empezó a ser perfecto en el temor de Dios, tanto que hasta por mediación suya hizo el Señor muchos milagros.
Viendo, pues, los judíos que había convertido a este mago, a quien tenían por invencible, de tal manera que incluso todos sus discípulos y amigos que solían concurrir a la sinagoga habían creído en Jesucristo por intervención de Santiago, ofrecieron dinero a los dos centuriones que tenían el mando en Jerusalén, llamados Lisias y Teócrito, y le detuvieron y metieron en la cárcel. Pero se amotinó el pueblo, diciendo que debía ser sacado y oído conforme a la ley.
Entonces le decían los fariseos: "¿Por qué predicas que Jesucristo es Dios y Hombre cuando todos sabemos que fue crucificado entre dos ladrones?". Santiago, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Oíd, hermanos y cuantos sabéis que sois hijos de Abraham. Prometió Dios a nuestro padre Abraham que en su descendencia serían hechas herederas todas las naciones. Su descendencia no está en Ismael, sino en Israel, porque Ismael fue expulsado con su madre, Agar, y excluido de la participación en la descendencia de Abraham, y Dios le dijo a éste: "En Isaac te será reputada la descendencia". Pero Abraham fue llamado amigo de Dios antes de recibir la circuncisión , antes de guardar el sábado, antes de conocer ley alguna e fundación divina. Se hizo amigo de Dios, no por circuncidarse, sino creyendo a Dios que en su descendencia serían hechas herederas todas las naciones. Luego si Abraham se hizo amigo de Dios creyendo, claro está, que se hizo enemigo de Dios quien no cree en El".
Pero dijeron los judíos: "¿Y quién es el que no cree en Dios?". A lo que respondió Santiago: "El que no cree que en la descendencia de Abraham son herederas todas las naciones y el que no cree a Moisés cuando dice: "El Señor os va a suscitar un gran profeta; le escucharéis como a mí en todo lo que os mando". A su vez el santo Isaías profetizó en qué forma se cumpliría esta promesa. Pues dice: "He aquí una virgen concebirá y parirá un hijo y será llamado de nombre Emmanuel", que significa Dios con nosotros. Y dice Jeremías: "He aquí que vendrá tu Redentor, Jerusalén, y esta será su señal: abrirá los ojos a los ciegos, devolverá el oído a los sordos y con su voz despertará a los muertos" y Ezequiel le anuncia diciendo: "Vendrá tu Rey, Sión; vendrá humilde para restaurarte". Y dice Daniel: "Como un río vendrá el Hijo del hombre y tendrá el principado y el poder". Y David, con palabras del Hijo de Dios: "El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, te he engendrado hoy". Y en otra parte: "El me invocará: Tú eres mi Padre". Y la voz del Padre dice del Hijo: "Y yo le haré mi primogénito, el más alto de los reyes de la tierra". Y al mismo David le dice la palabra de Dios: "Del fruto de tus entrañas pondré sobre mi trono". Y de su pasión dice Isaías: "Como una oveja fue llevado al matadero". Y dice David en nombre de El: "Me han taladrado las manos y los pies, han contado todos mis huesos. Ellos me han mirado y contemplado, se han repartido mis vestidos y han echado suertes sobre mi túnica". Y en otro lugar dice el propio David: "Me dieron a comer hiel, y en mi sed me dieron a beber vinagre". Y dice de su muerte: "Mi carne descansará en la esperanza. Porque no dejarás a mi alma en el infierno ni dejarás que tu santo conozca la corrupción". Y la voz del Hijo al Padre: "Resucitaré y estaré aún contigo". Y de nuevo: "Por la opresión de los necesitados y el gemir de los menesterosos me levantaré ahora mismo –dice el Señor". Y dice de su ascensión: "Subiendo a lo alto llevó cautiva la cautividad". Y otra vez: "Subió sobre los querubines y voló". Y otra: "Subió el Señor en medio del júbilo". También dice Ana, madre del santo Samuel: "El Señor subió a los cielos y tronó". Y otros muchos testimonios de su ascensión se encuentran en la Ley.
Pues que está sentado a la diestra del Padre lo dice el mismo David: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra". Y que ha de venir a juzgar a la tierra por el fuego lo dice el profeta: "Vendrá manifiestamente Dios, nuestro Dios, y no en silencio. Delante de El arderá fuego y le rodeará fuerte tormenta". Todas estas cosas se han cumplido en nuestro Señor Jesucristo, las que han pasado, y las que todavía no, se cumplirán como están profetizadas. Porque dice Isaías: "Se levantarán los muertos y resucitarán los que están en los sepulcros". Y si preguntas qué pasará cuando resuciten, afirma David haber oído él a Dios decir lo que será. Y para que sepáis que es así, oíd lo que dice: "Una vez habló Dios y oí estas dos cosas: que el poder es de Dios y tuya, Señor, la misericordia, pues Tú darás a cada cual según sus obras".
Por eso, hermanos, haga penitencia cada uno de vosotros para no recibir según sus obras, quien se sepa compañero de aquellos que clavaron en la cruz a quien libró al mundo entero de los tormentos. Pues, con su saliva abrió los ojos a un ciego de nacimiento, y para demostrar que era El mismo quien había formado a Adán del limo de la tierra hizo barro con su saliva y lo puso sobre las cuencas de los ojos que no había cegado enfermedad, sino que faltaban por naturaleza. Pues preguntamos a nuestro Señor Jesucristo: "¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?". Y nos respondió: "Ni pecó éste ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios". Esto es, para que se pusiera de manifiesto el Artífice que le había hecho cuando hiciese lo que había sido hecho de menos. Pues que había de recibir males por bienes también está predicho por David de su persona cuando dice: "Me devolvían mal por bien". Y en otra parte: "Me han opuesto males por bienes y odio a cambio de mi amor". En fin, después de haber curado a los paralíticos, limpiado a los leprosos, iluminado a los ciegos, ahuyentado a los demonios y resucitado a los muertos, gritaron todos a una voz: "¡Reo es de muerte!". Y que por un discípulo sería entregado fue también profetizado en esta forma por David: "El que comía mi pan extendió contra mí la zancadilla".
Estas cosas, hermanos, hijos de Abraham, predijeron los profetas, hablando por sus bocas el Espíritu Santo. Si no les creemos, ¿podremos escapar al suplicio del fuego eterno? ¿Y no seremos castigados justamente cuando los gentiles creen en las palabras de los profetas y nosotros no creemos en las de los patriarcas y profetas?. Lloremos, pues, con lamentos y lágrimas los pecados vergonzosos y dignos de castigo cometidos en tantos hechos culpables, a fin de que el pío Dispensador del perdón acepte nuestro arrepentimiento y no nos ocurra lo que les ocurrió a aquellos desdeñosos de quienes dice el Salmista: "Se abrió la tierra y se tragó a Datán y cubrió a la cuadrilla de Abirón. Y ardió fuego sobre todos ellos y abrasaron las llamas a los pecadores".
Exponiendo Santiago estas cosas y otras parecidas, tanta gracia concedió Dios a su Apóstol que todos clamaron a una voz: "¡Hemos pecado, hemos obrado injustamente; danos el remedio que debemos usar!". Y Santiago les dijo: "Hermanos, no desesperéis. Creed solamente y bautizaos para que se os borren todos vuestros pecados". Y oído esto fueron bautizados en el nombre del Señor.
Después de algunos días, Abiatar, pontífice de aquel año, viendo que había creído en el Señor tanta gente, se llenó de envidia y repartiendo dinero provocó un terrible motín y mandó castigar al Apóstol del Señor, de manera que uno de los escribas de los fariseos le echó al cuello una soga y le llevó al pretorio del rey Herodes. Y el rey Herodes le mandó degollar.
Y cuando era conducido al suplicio vio a un paralítico que acostado le gritaba: "¡Santiago, apóstol de Jesucristo, líbrame de los dolores que me atormentan todos los miembros!". Y le dijo el Apóstol: "En el nombre de mi Señor, Jesucristo crucificado, por cuya fe me llevan al suplicio, levántate sano y bendice a tu Salvador". Y al instante se levantó y echó a correr contento y bendiciendo el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Entonces aquel escriba de los fariseos, llamado Josías, que le había echado al cuello la soga, se la quitó y echándose a sus pies empezó a decirle: "Te ruego que me perdones y me hagas partícipe del nombre santo". Comprendiendo Santiago que su corazón había sido visitado por el Señor le dijo: "¿Tú crees que mi Señor Jesucristo, a quien crucificaron los judíos, es el verdadero Hijo de Dios vivo?". Y respondió Josías: "Lo creo y tal es mi fe desde este momento, que El es el Hijo de Dios vivo".
Entonces el pontífice Abiatar le hizo prender y le dijo: "Si no te apartas de Santiago y no maldices el nombre de Jesucristo, serás degollado con él". Pero Josías le respondió: "Maldito seas tú y malditos todos tus dioses; mas el nombre de mi Señor Jesucristo es bendito por los siglos". Mandó Abiatar entonces que le dieran de puños en la cara, y habiendo enviado a Herodes relación acerca de él, consiguió que le degollasen juntamente con Santiago.
Llegaron, pues, al lugar donde habían de ser degollados y dijo Santiago al verdugo: "Antes de degollarnos haz que nos den agua". Y les trajeron una botella de agua. Entonces mandó desnudarse a Josías y tomando la botella le dijo: "Josías, ¿crees en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?". Y respondió éste "Creo". Y añadió el Apóstol: "¿Crees en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor, que nació y sufrió pasión y resucitó y está sentado a la diestra del Padre?". Y respondió aquél: "Creo". Y dijo el Apóstol: "¿Crees en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida después de la muerte?". Y contestó aquél: "Creo". Entonces derramó agua sobre él tres veces el Apóstol bajo el triple nombre de Dios y le dijo: "Dame, hijo mío, el beso de la paz". Y después de besarle púsole la mano sobre la cabeza, le bendijo e hizo en su frente la señal de la cruz de Cristo y agregó: "Oremos, hermano, al Señor para que se digne acoger nuestras almas que El hizo". Y habiendo obtenido del verdugo lugar para hacer oración, rogó al Señor alzando al cielo los ojos del corazón, las manos extendidas, mirando hacia arriba y diciendo en hebreo: "Mi Señor Jesucristo, que con el Padre Eterno y el Espíritu Santo reinas eternamente; que formaste maravillosamente a Adán de tierra del paraíso, a quien el maligno enemigo arrastró consigo al tártaro engañándole y a quien redimiste, no con oro ni plata, sino con sangre, pues siendo Dios te hiciste hombre por él y naciste de la Virgen inmaculada, padeciste en la cruz, bajaste a los infiernos y le trajiste de nuevo al paraíso de donde había caído, y al tercer día resucitaste de entre los muertos. Tú, Señor, elegiste doce hombres de todos los que había en el mundo para que fueran en el mundo testigos de tus obras, y entre ellos te dignaste incluirme no por mis méritos, mas por tu inefable gracia, cuando junto al mar de Galilea, al llamarme, te seguí con mi hermano Juan, dejando todo, hasta mi padre, y te dignaste mostrarnos los secretos de tus milagros, pues cuando resucitaste en su casa a la hija del jefe de la sinagoga no dejaste entrar a nadie más que a Pedro, a mi hermano Juan y a mí, y cuando estabas en el Tabor y te transfiguraste en la divinidad de tu Padre a ninguno de los apóstoles permitiste ver esto más que a Pedro, a mi hermano Juan y a mí. También a mí y a otros apóstoles te apareciste después de tu resurrección en muchas pruebas, con gran amor comiste y bebiste con nosotros, y cuando en el día de tu ascensión volviste a tu Padre y enviaste a tus apóstoles llenos del Espíritu Santo por todo el mundo para anunciar tu Evangelio a todas las gentes y bautizarlas en tu nombre, yo tu nombre he anunciado no sólo en Judea, sino también en toda Samaria, y he sido testigo de tus milagros hasta en los pueblos del Occidente, entre los que padecí mucho por Ti, infamias, blasfemias, burlas y contiendas. Y ahora, Señor, como el criado vuelve junto al señor que lo envió, así vuelvo yo a Ti que me enviaste, para que me recibas como discípulo tuyo y me abras la puerta de la vida eterna y me lleves entre los moradores del cielo, a fin de que merezca esperar y ver a mis hermanos los apóstoles que han de venir después de mí. Concede, pues, te ruego, la salvación en tu reino a los que me han oído y por mí han creído y han de creer en Ti, porque Tu eres mi Maestro Cristo a quien he querido, a quien he amado, en quien creí, a quien he seguido hasta este momento en que voy a padecer por Ti que reinas sin fin por los siglos eternos".
Acabada su oración se despojó Santiago de la vestimenta y la dio a sus perseguidores, y puesto de rodillas en tierra, tendidas al cielo las manos, alargó el cuello al verdugo diciendo: "Reciba la tierra mi cuerpo de tierra con la esperanza de resucitar". Y dicho esto desenvainó la espada el verdugo, la levantó en alto, le hirió dos veces en el cuello y le cortó la sacratísima cabeza, y al instante brotó su preciosa sangre. Mas la cabeza no cayó a tierra, sino que el santo Apóstol, lleno de la virtud de Dios, la recogió en sus brazos elevados al cielo y así permaneció de rodillas y sosteniéndola entre ellos hasta que llegó la noche y recogieron el cuerpo sus discípulos. Entre tanto algunos, enviados por Herodes, intentaron arrancarle la cabeza, mas no pudieron, porque se les agarrotaban las manos sobre el preciosísimo cuerpo de Santiago. Y en seguida degolló el verdugo a Josías, bienaventurado mártir de Cristo, discípulo de Santiago.
Al momento se produjo un violento terremoto, se abrió el cielo, se agitó el mar y resonó un trueno formidable, y abierta la tierra se tragó a la mayor parte de los malvados, y brilló un gran resplandor en aquel sitio y muchos oyeron en el aire un coro de ángeles que llevaban las almas de aquéllos a las mansiones celestiales, donde gozan sin fin. ¡Día aquel amargo y terrible para los malos y excelso y glorioso para los justos, en el cual los santos suben al cielo y los malos bajan al infierno!. Porque la muerte de los santos es preciosa ante el Señor y la muerte de los pecadores es terrible, y los que odian la justicia perecerán. En seguida todos los presentes, asustados y conmovidos de terror, dieron en decir a voces: "¡Sin duda era Dios Aquel a quien éste predicaba y a quien crucificaron los judíos!". Y decían otros: "Verdaderamente éste era un hombre de Dios y con razón destruirá el Señor este lugar y esta ciudad por el crimen de su muerte, porque ha sido injustamente degollado".
Acabado el día vinieron por la noche sus discípulos, que le encontraron, como hemos dicho, de rodillas y sosteniendo la cabeza con los brazos; colocaron cuerpo y cabeza en un zurrón de piel de ciervo con preciosos aromas y le transportaron de Jerusalén a Galicia por el mar, acompañándolos un ángel del Señor, y le sepultaron donde se le venera hasta el día de hoy.
Pero de qué manera se condenó Herodes, que fue culpable de la muerte de Santiago, por medio e la muerte más infame, lo cuenta así el libro de los Hechos e los Apóstoles: "Viendo, pues, que era grato a los judíos" (el martirio de Santiago), tomó preso al apóstol San Pedro y le metió en la cárcel, mas escapó sin daño por la noche guiado por un ángel del Señor. Al día siguiente, no habiendo sido hallado San Pedro, bajó Herodes doliéndose "de la Judea a Cesárea" y residió allí. Pues estaba irritado contra los tirios y sidonios, mas ellos de común acuerdo se presentaron a él, y habiéndose ganado a Blasto, camarero mayor del rey, le pidieron la paz por cuanto sus regiones se abastecían del territorio del reino. El día señalado Herodes, vestido con las vestiduras reales, se sentó en su estrado y les dirigió la palabra. Entonces el pueblo comenzó a gritar: "¡Palabras de Dios y no de hombre!". Al instante le hirió un ángel del Señor y expiró comido e gusanos, por no haber glorificado a Dios y por haber derramado injustamente la sangre de Santiago. "Y la palabra del Señor se extendía y se multiplicaba grandemente". Pero poco tiempo después fue destruida Jerusalén por los emperadores Tito y Vespasiano, según narra fielmente la Historia, de tal modo que no quedó piedra sobre piedra, porque había derramado injustamente la sangre de mártires gloriosos, esto es, del Salvador, de San Esteban protomártir y de Santiago el Mayor. Reinando sobre todo nuestro Señor Jesucristo, cuyo reino dominio sin fin perdurará por los siglos de los siglos. Amén.