
Yerran por completo los que dicen que es apócrifa la pasión mayor de Santiago,
ignorando que concuerda con la pasión menor, que sacamos de la Historia
eclesiástica y que se tiene por muy autorizada. Pues en las dos
se cuenta que un criado de Herodes, llamado Josías,
llevó preso al Apóstol a instigación de los judíos ante el tribunal de aquél,
y que movido luego a penitencia al ver el milagro del enfermo, confesó ser
cristiano y, renacido por la gracia del bautismo, fue coronado por el triunfo
del martirio con el propio Apóstol. Por otra parte, concuerda bien esta pasión
con San Lucas, que dice: "El
rey Herodes puso sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia y dio muerte
a Santiago, hermano de Juan, por la espada". Y nada he hallado en ella
digno de enmienda, a no ser el nombre del padre de Herodes,
lo cual he enmendado conforme a la verdad de los Hechos
de los Apóstoles diciendo: El rey Herodes
mandó degollarle. La bellísima controversia y admirable conversión de Hermógenes
que en ella se contienen nadie debe rechazarlas, sino admitirlas y leerlas
por amor al Apóstol. Contiene testimonios proféticos de la encarnación, natividad,
pasión, resurrección y ascensión del Señor, y por eso principalmente resulta
más estimable. La oración del Apóstol, que va al final de esta pasión, la
he traducido de los libros griegos al latín y la muerte de Herodes,
que por razón del Apóstol le infirió un ángel, la he expuesto según el libro
de los Hechos de los Apóstoles. Por lo cual esta pasión debe leerse toda sin
cuidado en las iglesias y en los refectorios.
Después de la ascensión del Señor a los cielos, el apóstol de nuestro Señor
Jesucristo Santiago, hermano de Juan,
apóstol y evangelista, visitaba toda la Judea y Samaria, y entrando en las
sinagogas enseñaba según las Sagradas Escrituras todas las cosas anunciadas
por los profetas, que en nuestro Señor Jesucristo se habían cumplido. Sucedió,
pues, que un tal Hermógenes, mago, le mandó a
un discípulo suyo llamado Fileto. El cual, llegándose
con algunos fariseos a Santiago, intentaba demostrar
que Jesucristo el Nazareno, de quien se decía
apóstol, no era el verdadero Hijo de Dios, según las Sagradas Escrituras.
Fileto, habiendo vuelto a Hermógenes,
le dijo: "Sabrás que no he podido vencer a Santiago,
el que se llama siervo del Dios Nazareno y apóstol suyo, porque en su nombre
le he visto echar a los demonios de los cuerpos de los posesos, dar luz a
los ciegos, limpiar a los leprosos y otros muy amigos míos afirman haberle
visto resucitar muertos. Pero ¿a qué extendernos más?. Sabe de memoria todas
las Sagradas Escrituras y con ellas prueba que no es otro el Hijo de Dios
sino Aquel que crucificaron los judíos. Sigue, pues, mi consejo y llégate
a él y pídele perdón, porque si no lo haces sábete que tu arte mágica de nada
te servirá en absoluto. Por mi parte sabe también que me vuelvo a él a pedirle
el favor de ser su discípulo". Hermógenes,
al oír esto, se llenó de envidia y ató a Fileto
de tal modo que no podía moverse, y le decía: "A ver
si tu amigo Santiago te suelta de esas ligaduras". Fileto
entonces envió a su criado corriendo en busca de Santiago,
quien así que el criado llegó y le dio la noticia envió su pañuelo a Fileto
diciendo: "Que tome esto y diga: Jesucristo, el Señor,
pone en pie a los lisiados y también suelta a los atados". Y en seguida
que le tocó con el pañuelo el que se lo había traído, libre de las ligaduras
del mago, marchó corriendo a Santiago, mofándose
de las malas artes de aquél. Hermógenes, dolido
de que se burlase de él, invocó a los demonios con sus artes y los mandó contra
Santiago, diciéndoles: "Andad
pronto y traedme acá al propio Santiago, y con él a mi discípulo Fileto para
vengarme de él y que no se atreva a mofarse de mí otro tanto mis otros discípulos".
Llegaron, pues, los demonios a donde Santiago
hacía oración y comenzaron a dar gritos en el aire diciendo: "Santiago,
apóstol de Dios, ten compasión de nosotros, que antes de llegar el tiempo
de nuestra quema ya estamos ardiendo". Preguntóles Santiago:
"¿A qué habéis venido a mí?" Y le respondieron
los demonios: "Nos ha mandado Hermógenes para que le
llevásemos a ti y a Fileto, pero en seguida que entramos aquí nos ató un ángel
santo del Señor con cadenas de fuego y estamos sufriendo tormentos".
El apóstol Santiago les dijo: "En
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que os suelte el ángel
de Dios, pero a condición de que volváis a Hermógenes y me lo traigáis atado
sin hacerle daño". Marcharon ellos, le ataron las manos a la espalda
con cuerdas y así lo trajeron, diciéndole: "Nos mandaste
a donde nos prendieron fuego y fuimos atormentados y aniquilados en forma
insufrible". Y traído ante Santiago le
dijo el apóstol de Dios: "Eres el más necio de los hombres
al creer que tienes arreglo con el enemigo del género humano. ¿Por qué no
piensas a quién rogaste que te enviase para hacerme daño a sus ángeles, a
quienes aún no he permitido yo que te demuestren su furia?". Gritaban
también los propios demonios diciendo: "Entréganoslo
a nosotros para que podamos vengar tus injurias y nuestra quema". Respondióles
el Apóstol: "Ahí tenéis delante a Fileto. ¿Por qué no
le cogéis?". Pero los demonios contestaron: "No
podemos tocar ni a una hormiga en tu aposento". Entonces dijo Santiago
a Fileto: "Para que entiendas
que esta es la escuela de nuestro Señor Jesucristo y aprendan los hombres
a devolver bien por mal, él te ató a ti, suéltale tú a él; él intentó llevarte
ante sí atado por los demonios, tú a él por los demonios apresado, déjale
marchar libre". Mas cuando Fileto le soltó
Hermógenes, confuso y humilde y consternado,
permanecía quieto. Santiago le dijo: "Vete
libre adonde quieras, porque no entra en nuestras normas que nadie se convierta
contra su voluntad". A lo que contestó Hermógenes:
"He visto la ira de los demonios, y si no me das algo
que lleve conmigo me cogerán y me matarán entre tormentos". Entonces
le dijo Santiago: "Toma
mi bordón de viaje y vete tranquilo con él a donde quieras". Y habiendo
recibido el báculo del Apóstol se fue a casa y lo puso sobre su cuello y sobre
los de sus discípulos. Y trajo ante el apóstol de Dios mochilas llenas de
libros y se puso a quemarlos. Santiago le dijo:
"Para que el hedor de la quema no moleste por acaso
a los desprevenidos, mete dentro de las mochilas piedras y plomo y haz que
las echen al mar".
Hecho esto volvió Hermógenes y se echó a los
pies del Apóstol, diciéndole con ruegos: "Liberador
de las almas, recibe arrepentido a quien envidioso e infamador has soportado
hasta ahora". Respondiéndole dijo Santiago:
"Si has ofrecido a Dios un arrepentimiento verdadero,
conseguirás también su verdadero perdón". A lo que dijo Hermógenes:
"Tan sincero arrepentimiento ofrezco a Dios que todos
mis libros en los que había presunciones ilícitas los he tirado, renunciando
a la vez a todas las artes del enemigo". Respondióle el Apóstol: "Vete
ahora por las casas de aquellos a quienes pervertiste a reclamar debidamente
para su Señor a los que le quitaste, y enseña que es verdad lo que decías
ser mentira y que es mentira lo que decías ser verdad. Rompe también el ídolo
que adorabas y las adivinaciones que pensabas que él te respondía. Los dineros
que adquiriste con el mal obrar gástalos en obras buenas para que, como has
sido hijo del diablo imitando al diablo, te hagas hijo de Dios imitando a
Dios, que diariamente concede beneficios aun a los ingratos y da alimentos
a los que de El blasfeman. Porque si cuando eras malo para con Dios el Señor
fue bueno para contigo, ¿cuánto más no será benigno para ti si dejas de ser
malo y das en complacerle con buenas obras?". Diciendo Santiago
estas cosas y otras parecidas a todas asentía Hermógenes,
y así empezó a ser perfecto en el temor de Dios, tanto que hasta por mediación
suya hizo el Señor muchos milagros.
Viendo, pues, los judíos que había convertido a este mago, a quien tenían
por invencible, de tal manera que incluso todos sus discípulos y amigos que
solían concurrir a la sinagoga habían creído en Jesucristo por intervención
de Santiago, ofrecieron dinero a los dos centuriones
que tenían el mando en Jerusalén, llamados Lisias
y Teócrito, y le detuvieron y metieron en la
cárcel. Pero se amotinó el pueblo, diciendo que debía ser sacado y oído conforme
a la ley.
Entonces le decían los fariseos: "¿Por qué predicas
que Jesucristo es Dios y Hombre cuando todos sabemos que fue crucificado entre
dos ladrones?". Santiago, lleno del Espíritu
Santo, dijo: "Oíd, hermanos y cuantos sabéis que sois
hijos de Abraham. Prometió Dios a nuestro padre Abraham que en su descendencia
serían hechas herederas todas las naciones. Su descendencia no está en Ismael,
sino en Israel, porque Ismael fue expulsado con su madre, Agar, y excluido
de la participación en la descendencia de Abraham, y Dios le dijo a éste:
"En Isaac te será reputada la descendencia". Pero Abraham fue llamado
amigo de Dios antes de recibir la circuncisión , antes de guardar el sábado,
antes de conocer ley alguna e fundación divina. Se hizo amigo de Dios, no
por circuncidarse, sino creyendo a Dios que en su descendencia serían hechas
herederas todas las naciones. Luego si Abraham se hizo amigo de Dios creyendo,
claro está, que se hizo enemigo de Dios quien no cree en El".
Pero dijeron los judíos: "¿Y quién es el que no cree
en Dios?". A lo que respondió Santiago:
"El que no cree que en la descendencia de Abraham son
herederas todas las naciones y el que no cree a Moisés cuando dice: "El
Señor os va a suscitar un gran profeta; le escucharéis como a mí en todo lo
que os mando". A su vez el santo Isaías
profetizó en qué forma se cumpliría esta promesa. Pues dice: "He
aquí una virgen concebirá y parirá un hijo y será llamado de nombre Emmanuel",
que significa Dios con nosotros. Y dice Jeremías:
"He aquí que vendrá tu Redentor, Jerusalén, y esta será
su señal: abrirá los ojos a los ciegos, devolverá el oído a los sordos y con
su voz despertará a los muertos" y Ezequiel
le anuncia diciendo: "Vendrá tu Rey, Sión; vendrá humilde
para restaurarte". Y dice Daniel: "Como
un río vendrá el Hijo del hombre y tendrá el principado y el poder".
Y David, con palabras del Hijo de Dios: "El
Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, te he engendrado hoy". Y en otra
parte: "El me invocará: Tú eres mi Padre". Y
la voz del Padre dice del Hijo: "Y yo le haré mi primogénito,
el más alto de los reyes de la tierra". Y al mismo David
le dice la palabra de Dios: "Del fruto de tus entrañas
pondré sobre mi trono". Y de su pasión dice Isaías:
"Como una oveja fue llevado al matadero". Y dice
David en nombre de El: "Me
han taladrado las manos y los pies, han contado todos mis huesos. Ellos me
han mirado y contemplado, se han repartido mis vestidos y han echado suertes
sobre mi túnica". Y en otro lugar dice el propio David:
"Me dieron a comer hiel, y en mi sed me dieron a beber
vinagre". Y dice de su muerte: "Mi carne descansará
en la esperanza. Porque no dejarás a mi alma en el infierno ni dejarás que
tu santo conozca la corrupción". Y la voz del Hijo al Padre: "Resucitaré
y estaré aún contigo". Y de nuevo: "Por la opresión
de los necesitados y el gemir de los menesterosos me levantaré ahora mismo
–dice el Señor". Y dice de su ascensión: "Subiendo
a lo alto llevó cautiva la cautividad". Y otra vez: "Subió
sobre los querubines y voló". Y otra: "Subió
el Señor en medio del júbilo". También dice Ana,
madre del santo Samuel: "El
Señor subió a los cielos y tronó". Y otros muchos testimonios de su
ascensión se encuentran en la Ley.
Pues que está sentado a la diestra del Padre lo dice el mismo David:
"Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra".
Y que ha de venir a juzgar a la tierra por el fuego lo dice el profeta: "Vendrá
manifiestamente Dios, nuestro Dios, y no en silencio. Delante de El arderá
fuego y le rodeará fuerte tormenta". Todas estas cosas se han cumplido
en nuestro Señor Jesucristo, las que han pasado, y las que todavía no, se
cumplirán como están profetizadas. Porque dice Isaías:
"Se levantarán los muertos y resucitarán los que están
en los sepulcros". Y si preguntas qué pasará cuando resuciten, afirma
David haber oído él a Dios decir lo que será.
Y para que sepáis que es así, oíd lo que dice: "Una
vez habló Dios y oí estas dos cosas: que el poder es de Dios y tuya, Señor,
la misericordia, pues Tú darás a cada cual según sus obras".
Por eso, hermanos, haga penitencia cada uno de vosotros para no recibir según
sus obras, quien se sepa compañero de aquellos que clavaron en la cruz a quien
libró al mundo entero de los tormentos. Pues, con su saliva abrió los ojos
a un ciego de nacimiento, y para demostrar que era El mismo quien había formado
a Adán del limo de la tierra hizo barro con su
saliva y lo puso sobre las cuencas de los ojos que no había cegado enfermedad,
sino que faltaban por naturaleza. Pues preguntamos a nuestro Señor Jesucristo:
"¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?".
Y nos respondió: "Ni pecó éste ni sus padres, sino para
que se manifiesten en él las obras de Dios". Esto es, para que se pusiera
de manifiesto el Artífice que le había hecho cuando hiciese lo que había sido
hecho de menos. Pues que había de recibir males por bienes también está predicho
por David de su persona cuando dice: "Me
devolvían mal por bien". Y en otra parte: "Me
han opuesto males por bienes y odio a cambio de mi amor". En fin, después
de haber curado a los paralíticos, limpiado a los leprosos, iluminado a los
ciegos, ahuyentado a los demonios y resucitado a los muertos, gritaron todos
a una voz: "¡Reo es de muerte!". Y que por un
discípulo sería entregado fue también profetizado en esta forma por David:
"El que comía mi pan extendió contra mí la zancadilla".
Estas cosas, hermanos, hijos de Abraham, predijeron
los profetas, hablando por sus bocas el Espíritu Santo. Si no les creemos,
¿podremos escapar al suplicio del fuego eterno? ¿Y no seremos castigados justamente
cuando los gentiles creen en las palabras de los profetas y nosotros no creemos
en las de los patriarcas y profetas?. Lloremos, pues, con lamentos y lágrimas
los pecados vergonzosos y dignos de castigo cometidos en tantos hechos culpables,
a fin de que el pío Dispensador del perdón acepte nuestro arrepentimiento
y no nos ocurra lo que les ocurrió a aquellos desdeñosos de quienes dice el
Salmista: "Se abrió la tierra y se tragó a Datán y cubrió
a la cuadrilla de Abirón. Y ardió fuego sobre todos ellos y abrasaron las
llamas a los pecadores".
Exponiendo Santiago estas cosas y otras parecidas, tanta gracia concedió Dios
a su Apóstol que todos clamaron a una voz: "¡Hemos pecado,
hemos obrado injustamente; danos el remedio que debemos usar!". Y Santiago
les dijo: "Hermanos, no desesperéis. Creed solamente
y bautizaos para que se os borren todos vuestros pecados". Y oído esto
fueron bautizados en el nombre del Señor.
Después de algunos días, Abiatar, pontífice de
aquel año, viendo que había creído en el Señor tanta gente, se llenó de envidia
y repartiendo dinero provocó un terrible motín y mandó castigar al Apóstol
del Señor, de manera que uno de los escribas de los fariseos le echó al cuello
una soga y le llevó al pretorio del rey Herodes.
Y el rey Herodes le mandó degollar.
Y cuando era conducido al suplicio vio a un paralítico que acostado le gritaba:
"¡Santiago, apóstol de Jesucristo, líbrame de los dolores
que me atormentan todos los miembros!". Y le dijo el Apóstol: "En
el nombre de mi Señor, Jesucristo crucificado, por cuya fe me llevan al suplicio,
levántate sano y bendice a tu Salvador". Y al instante se levantó y
echó a correr contento y bendiciendo el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Entonces aquel escriba de los fariseos, llamado Josías,
que le había echado al cuello la soga, se la quitó y echándose a sus pies
empezó a decirle: "Te ruego que me perdones y me hagas
partícipe del nombre santo". Comprendiendo Santiago
que su corazón había sido visitado por el Señor le dijo: "¿Tú
crees que mi Señor Jesucristo, a quien crucificaron los judíos, es el verdadero
Hijo de Dios vivo?". Y respondió Josías:
"Lo creo y tal es mi fe desde este momento, que El es
el Hijo de Dios vivo".
Entonces el pontífice Abiatar le hizo prender
y le dijo: "Si no te apartas de Santiago y no maldices
el nombre de Jesucristo, serás degollado con él". Pero Josías
le respondió: "Maldito seas tú y malditos todos tus
dioses; mas el nombre de mi Señor Jesucristo es bendito por los siglos".
Mandó Abiatar entonces que le dieran de puños
en la cara, y habiendo enviado a Herodes relación
acerca de él, consiguió que le degollasen juntamente con Santiago.
Llegaron, pues, al lugar donde habían de ser degollados y dijo Santiago
al verdugo: "Antes de degollarnos haz que nos den agua".
Y les trajeron una botella de agua. Entonces mandó desnudarse a Josías
y tomando la botella le dijo: "Josías, ¿crees en Dios
Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?". Y respondió
éste "Creo". Y añadió el Apóstol: "¿Crees
en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor, que nació y sufrió pasión y resucitó
y está sentado a la diestra del Padre?". Y respondió aquél: "Creo".
Y dijo el Apóstol: "¿Crees en el Espíritu Santo, la
Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida después de la muerte?". Y contestó
aquél: "Creo". Entonces derramó agua sobre él
tres veces el Apóstol bajo el triple nombre de Dios y le dijo: "Dame,
hijo mío, el beso de la paz". Y después de besarle púsole la mano sobre
la cabeza, le bendijo e hizo en su frente la señal de la cruz de Cristo y
agregó: "Oremos, hermano, al Señor para que se digne
acoger nuestras almas que El hizo". Y habiendo obtenido del verdugo
lugar para hacer oración, rogó al Señor alzando al cielo los ojos del corazón,
las manos extendidas, mirando hacia arriba y diciendo en hebreo: "Mi
Señor Jesucristo, que con el Padre Eterno y el Espíritu Santo reinas eternamente;
que formaste maravillosamente a Adán de tierra del paraíso, a quien el maligno
enemigo arrastró consigo al tártaro engañándole y a quien redimiste, no con
oro ni plata, sino con sangre, pues siendo Dios te hiciste hombre por él y
naciste de la Virgen inmaculada, padeciste en la cruz, bajaste a los infiernos
y le trajiste de nuevo al paraíso de donde había caído, y al tercer día resucitaste
de entre los muertos. Tú, Señor, elegiste doce hombres de todos los que había
en el mundo para que fueran en el mundo testigos de tus obras, y entre ellos
te dignaste incluirme no por mis méritos, mas por tu inefable gracia, cuando
junto al mar de Galilea, al llamarme, te seguí con mi hermano Juan, dejando
todo, hasta mi padre, y te dignaste mostrarnos los secretos de tus milagros,
pues cuando resucitaste en su casa a la hija del jefe de la sinagoga no dejaste
entrar a nadie más que a Pedro, a mi hermano Juan y a mí, y cuando estabas
en el Tabor y te transfiguraste en la divinidad de tu Padre a ninguno de los
apóstoles permitiste ver esto más que a Pedro, a mi hermano Juan y a mí. También
a mí y a otros apóstoles te apareciste después de tu resurrección en muchas
pruebas, con gran amor comiste y bebiste con nosotros, y cuando en el día
de tu ascensión volviste a tu Padre y enviaste a tus apóstoles llenos del
Espíritu Santo por todo el mundo para anunciar tu Evangelio a todas las gentes
y bautizarlas en tu nombre, yo tu nombre he anunciado no sólo en Judea, sino
también en toda Samaria, y he sido testigo de tus milagros hasta en los pueblos
del Occidente, entre los que padecí mucho por Ti, infamias, blasfemias, burlas
y contiendas. Y ahora, Señor, como el criado vuelve junto al señor que lo
envió, así vuelvo yo a Ti que me enviaste, para que me recibas como discípulo
tuyo y me abras la puerta de la vida eterna y me lleves entre los moradores
del cielo, a fin de que merezca esperar y ver a mis hermanos los apóstoles
que han de venir después de mí. Concede, pues, te ruego, la salvación en tu
reino a los que me han oído y por mí han creído y han de creer en Ti, porque
Tu eres mi Maestro Cristo a quien he querido, a quien he amado, en quien creí,
a quien he seguido hasta este momento en que voy a padecer por Ti que reinas
sin fin por los siglos eternos".
Acabada su oración se despojó Santiago de la
vestimenta y la dio a sus perseguidores, y puesto de rodillas en tierra, tendidas
al cielo las manos, alargó el cuello al verdugo diciendo: "Reciba
la tierra mi cuerpo de tierra con la esperanza de resucitar". Y dicho
esto desenvainó la espada el verdugo, la levantó en alto, le hirió dos veces
en el cuello y le cortó la sacratísima cabeza, y al instante brotó su preciosa
sangre. Mas la cabeza no cayó a tierra, sino que el santo Apóstol, lleno de
la virtud de Dios, la recogió en sus brazos elevados al cielo y así permaneció
de rodillas y sosteniéndola entre ellos hasta que llegó la noche y recogieron
el cuerpo sus discípulos. Entre tanto algunos, enviados por Herodes,
intentaron arrancarle la cabeza, mas no pudieron, porque se les agarrotaban
las manos sobre el preciosísimo cuerpo de Santiago.
Y en seguida degolló el verdugo a Josías, bienaventurado
mártir de Cristo, discípulo de Santiago.
Al momento se produjo un violento terremoto, se abrió el cielo, se agitó el
mar y resonó un trueno formidable, y abierta la tierra se tragó a la mayor
parte de los malvados, y brilló un gran resplandor en aquel sitio y muchos
oyeron en el aire un coro de ángeles que llevaban las almas de aquéllos a
las mansiones celestiales, donde gozan sin fin. ¡Día aquel amargo y terrible
para los malos y excelso y glorioso para los justos, en el cual los santos
suben al cielo y los malos bajan al infierno!. Porque la muerte de los santos
es preciosa ante el Señor y la muerte de los pecadores es terrible, y los
que odian la justicia perecerán. En seguida todos los presentes, asustados
y conmovidos de terror, dieron en decir a voces: "¡Sin
duda era Dios Aquel a quien éste predicaba y a quien crucificaron los judíos!".
Y decían otros: "Verdaderamente éste era un hombre de
Dios y con razón destruirá el Señor este lugar y esta ciudad por el crimen
de su muerte, porque ha sido injustamente degollado".
Acabado el día vinieron por la noche sus discípulos, que le encontraron, como
hemos dicho, de rodillas y sosteniendo la cabeza con los brazos; colocaron
cuerpo y cabeza en un zurrón de piel de ciervo con preciosos aromas y le transportaron
de Jerusalén a Galicia por el mar, acompañándolos un ángel del Señor, y le
sepultaron donde se le venera hasta el día de hoy.
Pero de qué manera se condenó Herodes, que fue
culpable de la muerte de Santiago, por medio
e la muerte más infame, lo cuenta así el libro de los Hechos
e los Apóstoles: "Viendo, pues, que era grato
a los judíos" (el martirio de Santiago),
tomó preso al apóstol San Pedro y le metió en
la cárcel, mas escapó sin daño por la noche guiado por un ángel del Señor.
Al día siguiente, no habiendo sido hallado San Pedro,
bajó Herodes doliéndose "de
la Judea a Cesárea" y residió allí. Pues estaba irritado contra los
tirios y sidonios, mas ellos de común acuerdo se presentaron a él, y habiéndose
ganado a Blasto, camarero mayor del rey, le pidieron
la paz por cuanto sus regiones se abastecían del territorio del reino. El
día señalado Herodes, vestido con las vestiduras
reales, se sentó en su estrado y les dirigió la palabra. Entonces el pueblo
comenzó a gritar: "¡Palabras de Dios y no de hombre!".
Al instante le hirió un ángel del Señor y expiró comido e gusanos, por no
haber glorificado a Dios y por haber derramado injustamente la sangre de Santiago.
"Y la palabra del Señor se extendía y se multiplicaba
grandemente". Pero poco tiempo después fue destruida Jerusalén por
los emperadores Tito y Vespasiano,
según narra fielmente la Historia, de tal modo que no quedó piedra sobre piedra,
porque había derramado injustamente la sangre de mártires gloriosos, esto
es, del Salvador, de San Esteban protomártir
y de Santiago el Mayor. Reinando sobre todo nuestro
Señor Jesucristo, cuyo reino dominio sin fin perdurará por los siglos de los
siglos. Amén.
(1) |
Esta
pasión mayor (magna passio) procede
de una compilación de Passiones
o Acta de los Apóstoles que se cree
del siglo VI y se atribuye a Abdías,
obispo de Babilonia.
De ella procedía el Oficio del Apóstol de los antiguos
breviarios españoles. El prólogo indica ya las partes
añadidas por el compilador del Calixtino,
desde la oración del Apóstol inclusive, traducida no se
sabe de qué libros griegos.
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